Fuente: Imperiofobia y leyenda negra, María Elvira Roca Barea. Biblioteca de ensayo Siruela.
(Pasajes del libro)
El Santo Oficio: algunos datos
La Inquisición nació en 1184 en el Languedoc para luchar contra la herejía de los cátalos en tiempos de grandes turbulencias espirituales y sociales. Montados como tenemos en el cerebro los resortes de prejuicios inveterados, la primera idea que surge inmediatamente es que la Inquisición nació para “reprimir” -palabra maldita- a los herejes. Y es cierto. Pero también nació para evitar linchamientos y atropellos indiscriminados, y que cuatro vecinos de un villorrio decidieran quemarle la casa o colgar de un árbol a un compadre al que detestaban, con la excusa de que era un hereje. Su propósito, por tanto, eran también evitar desórdenes públicos y someter el delito de herejía a un procedimiento reglamentado de forma que nadie pudiera tomarse la justicia por su mano. Esta primera Inquisición, la llamada Inquisición papal, no tuvo jurisdicción en todos los territorios católicos y quedaron excluidas la Europa Oriental, Inglaterra y Castilla. Porque no había en el reino, Enrique IV solicitó al papa su creación. En Aragón existía desde 1249. En Castilla la implantó una bula de Sixto IV en 1476.
La Inquisición, que existía en muchos reinos europeos, empezó a adherirse a la hispanofobia en Italia por el sencillo motivo de que fue vista como una institución española.
El estudio serio de la Inquisición lo comenzó el estadounidense Lea, todavía fuertemente contaminado de prejuicios, el cual fue el primero que se metió a fondo en los archivos de la Suprema en Simancas. La Suprema era el órgano rector del Santo Oficio y el que desde mediados de siglo XVI centralizó y clasificó la documentación de todo el país. Su trabajo monumental probaba que la realidad había sido muy distinta de la propaganda. Es el primer intento, bastante tímido pero meritorio, de sacar la Inquisición del mundo de las pasiones y los mitos. Las dos guerras mundiales y la Guerra Civil detuvieron el progreso de esta investigación a gran escala, que recibió un nuevo impulso en los años sesenta. Precedidos por el trabajo innovador de Julio Caro Baroja, que rompía con los tópicos habitualmente aceptados parar presentar al inquisidor como un funcionario bastante burocratizado y poco peligroso, el danés Gustav Henningsen y Jaime Contreras comenzaron en 1972 una revisión de las más de 44.000 causas archivadas por la Suprema con el objeto, en un primer momento, de estudiar el desarrollo de la brujería en España. Por aquel entonces los archivos de la Inquisición, que se habían custodiado en Simancas, habían sido trasladados al Archivo Histórico Nacional de Madrid, mudanza que se verificó en 1914. Sus conclusiones fueron sorprendentes.
Los estudios de Henningsen y Contreras sobre las 44.674 causas abiertas por la Inquisición entre 1540 y 1700 dan una cifra de 1.346 personas condenadas a muerte por el Santo Oficio. Henry Kamen eleva la cifra a unas 3.000 víctimas en toda su historia y territorios en que existió. Para contextualizar adecuadamente estas cifras se debe tener en cuenta que la Inquisición entendía de crímenes que son así considerados hoy día: bigamia, prostitución, proxenetismo, perjurio, violaciones, abusos a menores, falsificación de documentos y de moneda, contrabando de armas y caballos y piratería de libros, esto es, lo que hoy llamamos delitos contra los derechos de autor.
Sir James Stephen calculó que el número de condenados a muerte en Inglaterra en tres siglos alcanzó la escalofriante cifra de 264.000 personas. Algunas condenadas fueron por delitos tan graves como robar una oveja. Según el investigador protestante E. Schafer, autor de un monumental trabajo de investigación sobre el protestantismo en España, el número de protestantes condenados por la Inquisición española entre 1520 y 1820 fue de 220. De ellos solo doce fueron quemados.
La practica de la tortura estaba rigurosamente reglada en el Santo Oficio. Los estudios de Lea y Kamen confirman que su uso fue siempre excepcional, y que apenas se utilizó el 1 o 2 por ciento de los casos que se investigaban. La tortura no podía poner en peligro la vida del reo ni provocar mutilaciones y se hacía siempre en presencia del médico.
La Inquisición fue el primer tribunal del mundo que prohibió la tortura, cien años antes de que esta prohibición se generalizara. En contra de la opinión común, nunca se aceptaron las denuncias anónimas.
En 1994 la BBC produjo un documental de 50 minutos titulado “The Myth of the Spanish Inquisition”. Participan en él Stephen Haliczer, Álvarez-Junco, Henry Kamen y Jaime Contreras. Se emitió en el espacio de máxima audiencia Whatch time en el primer canal de la BBC. Lo produjo el historiador e hispanista Nigel Towson. Es uno de los mejores documentales sobre la Inquisición que se han hecho. Hasta donde alcanzan mis conocimientos, nunca ha sido emitido en España por una cadena abierta de alcance nacional. Comienza con un parodia de los Monty Python (uno de ellos caracterizado de Guy Fawkes) bastante graciosa y, aunque la frase inicial no anima al optimismo, la intervención de algunos de los mejores especialistas sobre el tema consigue ofrecer al público lo que las investigaciones históricas a base de archivos y documentos, no de panfletos y truculentas imágenes, ha podido poner en claro. En conjunto, la exposición del contexto y los datos es impecable. El profesor Haliczer, de la Universidad de Illionois, basándose en su trabajo sobre la Inquisición en Valencia hecho sobre el análisis de 7.000 casos, pone de manifiesto que solo se empleó la tortura en menos del 2 por ciento de los casos, y que las sesiones no pasaban de 15 minutos. De ese 2 por ciento, menos de un 1 por ciento recibió una segunda sesión y nadie soportó una tercera. Además los inquisidores tenían su propio manual de procedimiento en el que se especificaba qué se podía hacer y qué no. Quien se excedía, era destituido. Haliczer insiste en que las cárceles de la Inquisición eran muy benignas. En los casos por él revisados aparecen reos que blasfeman con el propósito de ser trasladados a las cárceles inquisitoriales. Un truco que los inquisidores conocían, pero no podían evitar.
Con gran ardor, Kamen insiste en que en comparación con otros tribunales de España, la Inquisición es la que menos se vale de la tortura y, si se amplia la perspectiva al resto de Europa, resulta que el comportamiento de la Inquisición “es impecable”. En Inglaterra una persona podía ser torturada o ejecutada -descuartizada, para ser más precisos- por dañar unos jardines públicos, y en Alemania las torturas podían llevar a perder los ojos. En la vecina Francia era admisible desollar viva a la gente. La Inquisición española jamás empleó estos métodos tan frecuentes en los tribunales de toda Europa. Nunca hubo emparedamientos ni se usó el fuego ni se golpeó a nadie en las articulaciones ni se usó la rueda ni la dama de hierro. Tampoco acosaban ni vejaban a las mujeres, que raramente fueron torturadas. Estaba prohibido el empleo de la tortura en mujeres embarazadas o criando, y en niños con menos de doce años.
La desproporción en el número de muertos entre la Inquisición española y las inquisiciones protestantes es brutal. Contreras destaca que en toda Europa solo un tribunal reaccionó de manera diferente ante la brujería y este fue la Inquisición, que simplemente consideró la brujería un engaño y no procesó a casi nadie solo por ese motivo. Los inquisidores eran abogados y apoyaban sus conclusiones en pruebas y evidencias, no en rumores ni acusaciones anónimas. En España mueren por herejía muchas menos personas que en cualquier otro país de Occidente. En el siglo XVI se ejecutaron (son cifras de Kamen) entre 40 y 50 personas en todos los territorios españoles, incluida América. Solo las persecuciones de herejes católicos en la Inglaterra isabelina provocaron casi 1.000 muertos, entre religiosos y seglares. Por no mencionar a los irlandeses. En Francia, según las propias autoridades católicas, se ejecutaron en el espacio de unos cinco años en ese siglo a más de 300 personas, y esta desproporción se repite en cada país que consideremos: “Encontramos que las personas que murieron por herejía en España o por persecución religiosa de cualquier tipo, incluyendo a los falsos conversos, es mínimo comparado con otros países”.
Un documental tan inesperado, tan plagado de datos irrefutables, puede llevar al optimismo. Este se acaba de inmediato cuando se descubre que en el año 2000 la misma BBC produjo otro documental titulado Spanish Inquisition: the brutal truth. Comienza de este modo: “Entre 1478 y 1833 miles de personas fueron detenidas, torturadas y ejecutadas porque sus creencias religiosas no estaban bien vistas en su país. Fueron víctimas de la Inquisición española. La Inquisición fue una organización siniestra tan oculta por la leyenda que hasta ahora ha sido difícil contar la verdadera historia de eso días lúgubres de la Iglesia católica”. Y sigue: “La Inquisición española se recuerda como el primer y más terrorífico ejemplo de policía del pensamiento”. Mientras tanto, en pantalla, la bandera española (la actual, la constitucional) ondea entre hogueras y desfiles nazis. No hubo aparato de tormento y represión comparable hasta la Gestapo y el KGB. Guillermo de Orange hubiera palidecido de envidia ante un reportaje semejante. A quien no esperaríamos encontrar en medio de este aquelarre de hogueras y banderas nazis es al señor Henry Kamen. Sin comentarios.
Goya, abducido por la propaganda ilustrada, dibuja escenas inquisitoriales que él ya no tuvo ocasión de presenciar.
La Inquisición es un icono y su representación mental pertenece más al mundo de las realidades simbólicas que al de la verdad histórica.
El solo hecho de que la palabra haya pasado al uso común ya indica que hace tiempo que la Inquisición pasó de ser una institución histórica a evocar un complejo mundo de representaciones inventadas.
Llegados a este punto, no es exagerado decir que hace ya mucho tiempo que la Inquisición abandonó el terreno tangible de la historia para alcanzar el Olimpo de los mitos, y desde ese punto debería ser estudiada.
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