¿Y qué lugar juega en ella el comunismo? Sencillamente esencial. Furet parte de un error habitual en los lectores de Hugh Thomas y Gerald Brennan, que, sin animadversión hacia España ni voluntario sectarismo, desprecian los datos objetivos que explican la Guerra Civil; y que no son estrictamente obra de Stalin, pero sí total y absolutamente comunistas.
Dice Furet:
"La insurrección militar de julio, fiel a la tendencia de la derecha europea en el siglo, se ha justificado por la necesidad de salvar a España del comunismo; en el caso español, la amenaza comunista inexistente es el pretexto para una contrarrevolución de tipo clásico. Pero sirve también para señalar una verdadera revolución popular a la que la revuelta del ejército da nuevas fuerzas. España ofrece el espectáculo de un conflicto más antiguo que el del fascismo y el antifascismo: en su suelo se enfrentan la revolución y la contrarrevolución."
Decir que los que entre el 17 y el 19 de julio se alzaron contra el gobierno del Frente Popular -que acababa de respaldar el asesinato del jefe de la oposición tras cinco meses de atrocidades impunes- no sabían contra qué se jugaban la vida, porque no había peligro comunista, es tan frívolo y falso como ignorar que los comunistas de signo marxista o bakuninista no sabían lo que hacían, que, por supuesto, lo sabían. Viendo las versiones condescendientes, cuando no racistas, de algunos historiadores sobre la guerra de España diríase que en 1936 cedimos a ese carácter tan nuestro, locoide, excéntrico, violento, medievalón, gipsy o risqué, que nos lleva de vez en cuando a emprender una bonita guerra civil para deleite del turismo.
No fue así. Lo que el Frente Popular, cuyas fuerzas mayoritarias eran radicalmente antidemocráticas (los comunistas bakuninistas, desde siempre; y los socialistas bolchevizados, desde la derrota electoral de 1933) pretendía desde febrero de 1936 era implantar una dictadura al modo de la leninista en Rusia. Y lo decía. Y lo que atropelladamente y a la defensiva intentó la media España "que no se resignaba a morir", siempre más legalista que la izquierda, fue impedir que les pasara lo mismo que a los rusos bajo Lenin. La diferencia es que en la guerra civil rusa, desatada por Lenin, ganaron los rojos, y en la guerra española, provocada por los rojos, ganaron los blancos. Pero las semejanzas de ambas, en lo civil y en lo militar, son asombrosas.
Sin embargo, Furet, tan crítico y meritorio en tantas cosas, asume el argumento más falaz del Frente Popular en su versión comunista al decir: "¡Estaba tan próxima la represión terrible de la insurrección obrera en Asturias!". En 1934, como dice Madariaga en su libro Spain, perdió la izquierda toda legitimidad para quejarse de ningún golpe de Estado, porque eso es lo que intentó: un golpe de Estado en toda regla contra la República. Ni fue solo en Asturias, ni fue solo obrera, ni hubo tal terrible represión. El golpe de Estado contra la legalidad republicana, por el que Indalecio Prieto, su gran urdidor, responsable del alijo de armas del barco Turquesa, pidió perdón a España antes de morir (algo que hoy se empeñan en olvidar los propios socialistas) fue largamente preparado y perpetrado por las izquierdas, que se negaban a reconocer su derrota electoral a finales de 1933 y a dejar el poder a los partidos vencedores, el Radical y la CEDA. En ese golpe de Estado, al que se unen los separatistas catalanes, y que no por fallido fue menos golpe, unos, los republicanos, trataban de imponer un régimen e la mexicana, impidiendo a las derechas católicas el acceso al poder; y otros, los socialistas, directamente un régimen como el de Lenin y Stalin, una "dictadura del proletariado", es decir, un Estado comunista. Y lo decían.
En febrero de 1936, la blandura, no la ferocidad, en la represión del golpe del 34 por el gobierno legítimo de la República, que debió ilegalizar a todos los partidos golpistas, tuvieron lugar unas elecciones adelantadas que solo obedecían a los cálculos partidistas del presidente Alcalá-Zamora, deseoso de inventar una especia de tercera fuerza entre los dos bloques que, como en toda Europa antes y después, suelen disputarse el poder.
Furet, siguiendo la línea de corriente de la historiografía sobre la Guerra Civil, dice que en febrero de 1936 el Frente Popular ganó "por pocos votos y muchos escaños". No fue así. Perdió en votos y robó los escaños. Solo mediante la manipulación de los resultados y el terror contra los candidatos de derechas para impedirles acudir a la segunda vuelta, se proclamó ganador de unas elecciones que había perdido. El libro de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García -1936: Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular. 2017- demuestra de forma incontrovertible que lo que han solido llamarse "irregularidades" fue un fraude descomunal -sesenta escaños- contra la voluntad popular. Pero lo peor es que eso fue el comienzo de un proceso revolucionario que sembró España de centenares de muertos y culminó con el asesinato del jefe de la Oposición Calvo Sotelo por policías de la escolta de Prieto, protegidos por el gobierno, que además se negó a investigar el asesinato.
Eso es lo que decidió a muchos militares, empezando por Franco, que eran conscientes de las escasas posibilidades de éxito, a rebelarse: que, sencillamente, los estaban matando, estaban sacando a punta de pistola, delante de sus familias, a los hombres a los que habían votado, a los líderes de la oposición parlamentaria, para pegarles un tiro en la nuca y dejarlos tirados en el cementerio. Eso lo estaban haciendo los mismo golpistas del 34, los socialistas y comunistas de las dos ramas, marxista y bakuninista, eso es lo que decían abiertamente las Juventudes ya comunistas del JSU y su líder, el "Lenin español", Francisco Largo Caballero: si no podían imponer de inmediato la dictadura del proletariado "irían a la guerra civil". ¡Y dice Furet que no había peligro comunista!
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