Una invitación del Führer, en el otoño de 1940, no podía ser desatendida. Ningún gobernante europeo se hubiera atrevido a hacerlo.
La mañana del 23 de octubre de 1940 fue, en Hendaya, soleada y de agradable temperatura, aunque a la tarde lloviera ligeramente. La estación internacional disponía de un sistema doble de vías, a fin de que pudiesen entrar en ella los trenes españoles que utilizaban carriles más anchos que los ferrocarriles europeos. Hitler y von Ribbentrop, que el día anterior se habían entrevistaron con Pierre Laval, y eran esperados por Pétain el 24, llegaron antes de la hora prevista, las 14:30, según Schmidt, o las 15:30 según los datos que se proporcionaron a la prensa española. Francisco Franco llegó tarde: había pernoctado, con su séquito, en San Sebastián. Se dijo que, no habiendo podido conciliar el sueño la noche anterior, durmió una breve siesta antes de emprender el viaje. De este modo, durante una hora larga, según fuentes alemanas, o unos minutos, según la púdica referencia española, el Führer estuvo paseando por el andén, engalanado con banderas alemanas y españolas, a la vista de los soldados que iban a rendir honores. En conversaciones posteriores, Franco insistió en que el retraso había sido absolutamente involuntario. Pero no cabe duda de que nunca hizo intención de adelantarse al horario.
Tres compañías de infantería alemana, impecables, a las órdenes del coronel Ricert, formaron en el lado francés. Los españoles estaban enfrente. Según el mariscal Keitel, los fusiles de estos últimos eran defectuosos, y sus uniformes pobres. Al conocer este testimonio, Franco comentó con indignación que era falso. Cuando descendió del vagón, Hitler y von Ribbentrop le esperaban al pie de la escalerilla: hay abundantes fotografías que permiten comprobarlo. Franco vestía uniforme del partido. El barón von Stohrer hizo las presentaciones de rigor y luego, juntos, los dos jefes de Estado, revistaron las tropas. Quince años más tarde, Franco recordaba que “el Führer, al revistar las tropas que le rendían honores, estaba muy engallado, levantaba mucho la cabeza y lo hacía con gesto hosco. Luego cambió el semblante cuando se metió en el coche-salón y su cara adquirió un aspecto tranquilo y plácido, sonriente. Por eso me pareció teatral el primer aspecto de su persona”. (F.Franco-Salgado)
El Führer inició la entrevista con una larga exposición acerca de las nuevas estructuras, políticas y económicas, que deberían establecerse en Europa. También anunció la fecha precisa para el comienzo de la “operación Félix”: el 10 de enero de 1941 lanzaría sus paracaidistas sobre Gibraltar. Cuando acabó, Franco hizo también una larga exposición, según atestigua Ramón Serrano Súñer: habló de Marruecos, del área africana y de suministros: ¿podía dar Alemania inmediatamente 100.000 toneladas de trigo? Los argumentos de Franco impacientaron, al parecer al Führer; los soldados alemanes que montaban guardia en torno al vagón le vieron levantarse y pasear inquieto, mientras hablaba. Es importante precisar dos de los argumentos empleados por el jefe del Estado español, y que indudablemente habían de ser considerados en toda su evidencia como paso previo en el proceso negociador que en ese momento se planteaba.
A las seis y cinco de la tarde, la entrevista terminó. Serrano Súñer acompañó a Franco hasta el coche-salón del tren español; mientras recorrían el breve trecho, el Caudillo comentó: “estos tíos lo quieren todo y no dan nada”. Luego, el ministro regresó al tren alemán para reunirse con von Ribbentrop. Hablando directamente en francés, Serrano dijo a su colega alemán que “en lo que concernía a las peticiones territoriales de España, las declaraciones de Hitler habían sido muy vagas y no constituían una garantía suficiente para nosotros”. La reunión entre los dos ministros fue muy breve, puesto que a las siete de la tarde fue entregado a la prensa un comunicado, en dos idiomas, alemán y español:
“El Führer ha tenido hoy con el jefe del Estado español, Generalísimo Franco, una entrevista en la frontera hispano-francesa. La conferencia se ha celebrado en el ambiente de camaradería y cordialidad existente entre ambas naciones. Tomaron parte en la conversación los ministros de Asuntos Exteriores del Reich y de España, von Ribbentrop y Serrano Súñer respectivamente.”
Desde el punto de vista alemán, la conferencia de Hendaya se cerró en absoluto fracaso: los miembros del séquito de Hitler no ocultaron su irritación, ni siquiera en presencia de Espinosa de los Monteros, que no sabía qué había ocurrido. Según Paul Schmidt, “von Ribbentrop maldecía al jesuita Serrano y al ingrato cobarde de Franco, que nos lo debe todo y ahora no se unirá a nosotros”. Hitler explicó a Mussolini que “no se pudo llegar más que a un proyecto de tratado después de una conversación de nueve horas” porque Franco se reservaba absolutamente el derecho de fijar el día y la hora de su entrada en la guerra. Fue entonces cuando pronunció la frase que daría la vuelta al mundo: “antes de volver a entrevistarme con él, preferiría arrancarme tres o cuatro muelas”. Oigamos ahora el comentario de Franco, quince años después: “Comprendí claramente que el Führer no quedó muy satisfecho de la entrevista, lo cual era natural; como afirmó la prensa y se dijo en varias biografías y memorias de altos personajes, se marchó de muy mal humor. Conmigo estuvo siempre correcto y no exteriorizó ni un momento ese mal carácter y genio que dicen que tenía.” (F.Franco-Salgado)
Franco, una biografía personal y política, Stanley G. Payne - Jesús Palacios
El encuentro Franco-Hitler llegaría a ser el acontecimiento más mitificado de toda la vida de Franco, la única ocasión en la que se supone que alguien dejó sin palabras al locuaz Führer. El primer elemento del mito gira en torno al breve retraso con el que el tren de Franco llegó a la estación de Hendaya, y que la propaganda ha manipulado como si se tratara de un gesto supuestamente deliberado de Franco para hacer esperar a Hitler y ponerlo nervioso. Pero lo cierto es que el retraso se debió únicamente al desastroso estado de las líneas de los ferrocarriles españoles desde la Guerra Civil, algo que avergonzó al propio Franco. Otro aspecto mucho más sustancial estuvo en la expectativa que Hitler tenía de poder alcanzar rápidamente un acuerdo firme, mientras Franco estaba decidido a negociar en serio, como dejó anotado en el breve apunto manuscrito que preparó aquella mañana: “España no puede entrar por gusto”. Además, el Caudillo había empezado a albergar cierto escepticismo respecto al posible papel de España en la guerra, como lo expresaba en las líneas de aquella minuta: “Lequio/embajador italiano/ a Fontanar. Que Italia había perdido la guerra pues si al final ganara Alemania les trataría mal por lo poco que pesaron, que de esto están convencidos muchos. Y que si la pierden del todo no se dejará. Que España, llegado el casi, si queda fuera, puede ayudar a salvarles”.
Cualesquiera que fueran las dudas internas que albergaba, quedaron solapadas con las informaciones que se publicaron y las fotografías que se tomaron durante el encuentro, que presentaban a un Caudillo sonriente y aparentemente seguro de sí mismo. La primera parte de la reunión duró tres horas. Franco comenzó agradeciéndole efusivamente a Hitler todo lo que Alemania había hecho por España, y proclamó el sincero deseo de la nación española de participar en la guerra del lado alemán. Luego Hitler expuso en un largo monólogo que Gran Bretaña estaba acabada, aunque continuaba siendo peligrosa en el exterior, y en el caso de que Estados Unidos acudiera abiertamente en su ayuda, los puntos más problemáticos serían en el noroeste de África y la posición estratégica de las islas atlánticas. Por ello resultaba de suma importancia tomar Gibraltar y fortalecer la alianza de un “frente amplio” con todas las potencias continentales -incluida la Francia de Vichy- contra el mundo anglosajón. Por lo que de momento sería un error desalentar a los franceses imponiéndoles pérdidas territoriales en África. Dichas cuestiones se resolverían a favor de España al final de la contienda.
Tal vez el detalle más insólito del encuentro estuvo en que, al parecer, Franco habló más que Hitler. En sus últimos años, después de contraer la enfermedad de Parkinson, el Caudillo aparecería normalmente con un rictus rígido y se mostraría cada vez más tenso y lacónico. Esto ocultaría el hecho de que la mayor parte de su vida Franco había sido locuaz si las circunstancias le animaban a ello. Su largo discurso-monólogo ante Hitler sobre la historia de España en Marruecos, con las disquisiciones personales que de manera habitual llenaban la mayor parte de sus conversaciones privadas, aburrió muchísimo a Hitler. Franco le contó sus experiencias personales, prolijas en detalles, sobre sus aventuras militares y sobre la historia de Marruecos, lo que daría pie al conocido comentario que Hitler hizo después a Mussolini de que prefería que le arrancaran tres o cuatro muelas a tener que pasar otra vez por lo mismo. Cinco días después, se quejaría al Duce de que Franco parece “un corazón valeroso, pero un hombre que solo por carambola se ha convertido en jefe. No tiene talla de político ni de organizador. {…} Los españoles se proponen objetivos desmesurados”, y más aún cuando Serrano Súñer, al parecer, había sugerido la recuperación del Rosellón y de la mitad de la Cerdaña, en el sureste de Francia, perdidos por España en 1659 durante el reinado de Luis XIV, a causa de la defección de la burguesía y de los responsables catalanes con España.
El objetivo de Franco se centraba en negociar los términos concretos de la ampliación territorial a gran escala y la ayuda militar y económica, pero Hitler se negó a discutir los detalles en aquel momento. Le aseguró a Franco que las necesidades vitales se satisfarían al final, pero que ninguna modificación territorial concreta se realizaría durante la contienda. Franco sugirió que la guerra no parecía que fuera a acabar pronto y que Churchill podría continuar resistiendo desde Canadá con la ayuda estadounidense. Y cuando hizo la observación de que cerrar el canal de Suez sería muy importante, Hitler replicó que Gibraltar tenía mucha mayor relevancia como puerta de África abierta al Atlántico. Franco no tuvo oportunidad de presentar el documento en el que se habían redactado con detalle las amplias exigencias españolas en el África ecuatorial y occidental francés.
Tras esta primera entrevista se celebró una segunda reunión entre los respectivos ministros de Exteriores que duró solo treinta minutos y giró sobre diversos aspectos técnicos. Pero lo cierto es que la posición mantenida por Hitler fue del todo insatisfactoria para Franco y Serrano, quienes no estaban dispuestos a ceder. Ribbentrop presentó en un borrador la propuesta germana de un protocolo secreto por el cual España se comprometía a entrar muy pronto en la guerra, aunque sin fecha concreta, mientras Alemania prometía ayudas, pero sin entrar en detalles. Paralelamente, España firmaría el Pacto Tripartito (la nueva alianza defensiva de Alemania, Italia y Japón) y se integraría en él como cuarto miembro; formaría también parte del Pacto de Acero, la alianza militar entre Alemania e Italia. Tales pactos darían a España un estatus equivalente al de las dos potencias del Eje, muy superior, en conjunto, al de otros socios de Alemania, como Rumanía, la Francia de Vichy o Hungría. Según el artículo quinto del protocolo secreto, España se quedaría con Gibraltar y un territorio colonial francés sin especificar, aunque solo si a Francia se la compensaba de alguna manera con otros territorios a expensas de Gran Bretaña. Ribbentrop comenzó que Franco no había entendido al Führer correctamente y Serrano replicó que Franco tenía su propio “plan” y que todo se podría ir ajustando mediante un intercambio de cartas que reconocieran las demandas de España, siempre que se guardara el secreto para no alarmar al gobierno de Pétain. Además, señaló que la parte española desearía introducir ciertos cambios en el protocolo.
A las ocho de la tarde se sirvió una cena frugal en una atmósfera de cordialidad en el vagón restaurante de Hitler, y dos horas más tarde ambos dictadores volvieron reunirse en una sesión final en la que cada uno reiteró su posición, sin llegar a una conclusión firme y concreta, aunque manteniendo el tono amistoso. La conversación concluyó poco después de la medianoche y los alemanes acompañaron a la delegación española a su tren. Franco permaneció de pie en los peldaños de acceso al vagón para saludar al Führer en el momento que arrancara el tren, pero según el testimonio de Serrano, la locomotora dio unos fuertes tirones que apunto estuvieron de arrojarlo al andén. Tras las conversaciones, ambas partes estaban convencidas de que podrían salirse con la suya, aunque un elemento de duda había surgido en la mente de los españoles. De manera inusual, Hitler llevó las negociaciones sin intentar engañar a Franco sobre sus demandas, como algunos miembros de su entorno le habían sugerido. Posteriormente, su intérprete diría que justo después de concluir las conversaciones, Hitler le confesó a Ribbentrop que no tenía sentido hacerle ninguna promesa a Franco, porque los indiscretos latinos eran incapaces de guardar secretos y cualquier cosa que se les prometiera terminaría muy pronto conociéndose en Vichy.
De regreso a San Sebastián, pasada la medianoche, Franco y Serrano redactaron un nuevo borrador de protocolo. Sobre las tres de la madrugada, el Caudillo y Serrano fueron despertados por la intempestiva llegada del general Eugenio Espinosa de los Monteros, embajador en Berlín, alarmado porque las relaciones estaban al borde de una crisis a causa de los nervios de Ribbentrop y la impaciencia de Hitler. Insistió en que el borrador de protocolo secreto entregado por los alemanes debía firmarse de inmediato, a lo que Franco accedió con el comentario: “Hoy somos yunque, mañana seremos martillo”. A la mañana siguiente y después de dormir brevemente, Franco dio instrucciones para que se redactar un protocolo adicional en el que se especificaran los requerimientos económicos de España y se deslizara una referencia a “la zona francesa de Marruecos, que posteriormente pertenecerá a España”, pero los alemanes no aceptaron. El único cambio que estos estaban dispuestos a hacer en el documento original se limitaba a reiterar las vagas promesas de que España obtendría territorios en África, siempre que Francia fuera compensada adecuadamente y que los intereses de Alemania e Italia no se vieran afectados. La versión final del protocolo secreto no estuvo lista hasta el 4 de noviembre, y sería firmado por triplicado por Serrano a la semana siguiente. Inmediatamente después, Franco escribió otra carta a Hitler reiterándole la exigencia de España de todo Marruecos y del oranesado, petición que al parecer el Führer volvió a ignorar.
Tras la firma del protocolo parecía que Hitler había conseguido una vez más lo que quería, y que el gobierno español se comprometía a ser un socio militar del Eje y a entrar en lo que en unos meses, con la guerra en el Este y en el Pacífico, se convertiría en la Segunda Guerra Mundial. El protocolo parecía decisivo, aunque en realidad no lo era, pues no se especificaban fechas concretas y todo permanecía en secreto.
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