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Prefacio para la edición ucraniana de “Rebelión en la Granja”, George Orwell




Prefacio para la edición ucraniana de “Rebelión en la Granja”, marzo de 1947

Hasta 1930 no llegué a identificarme, en general, como socialista. De hecho, en aquel entonces no tenía una postura política definida. Me volví partidario del socialismo más por el asco que me producía la forma en que se oprimía e ignoraba a los trabajadores de la industria que por la admiración teórica que pudiera suscitar en mí la planificación social. 

Mi esposa y yo decidimos que iríamos a España a combatir por la República. En seis meses estábamos listos para partir, en cuanto terminé el libro que estaba escribiendo. En España pasé casi seis meses en el frente de Aragón, hasta que en Huesca un francotirador fascista me pegó un tiro en la garganta. En la primera etapa de la guerra, los extranjeros ignoraban del todo las luchas políticas internas entre los diferentes partidos que apoyaban al gobierno. Por una serie de accidentes no acabé en las Brigadas Internacionales, como la mayoría de extranjeros, sino en la milicia del POUM, el equivalente a los trotskistas españoles.

Cuando los comunistas se hicieron con el control (o con el control parcial) del gobierno español y comenzaron a cazar trotskistas, los dos nos encontramos, de pronto, entre las víctimas. Tuvimos suerte de salir vivos de España, sin que nos arrestaran ni una sola vez. Muchos de nuestros amigos murieron, y otros pasaron mucho tiempo en prisión o, simplemente, desaparecieron. 

Aquella cacería de hombres tuvo lugar en España al mismo tiempo que las grandes purgas en la URSS y fue una suerte de complemento de estas últimas. En España, la naturaleza de las acusaciones (esto es, de conspirar con los fascistas) era la misma que en Rusia, y tengo razones para creer, cuando menos en lo tocante a España, que se trataba de acusaciones falsas. Experimentar todo aquello fue una lección objetiva de un valor incalculable: me enseñó la facilidad con que la propaganda totalitaria puede controlar la opinión de gente inteligente en un país democrático. 

Mi esposa y yo vimos como se encarcelaba a gente inocente solo porque se sospechaba de ella que era poco ortodoxa. Sin embargo, cuando regresamos a Inglaterra nos encontramos con numerosos observadores, sensibles y bien informados, que se creían las historias fantasiosas de traición, conspiración y sabotaje de las que la prensa informaba desde los procesos de Moscú. 

Así que entendí, de la forma más clara posible, la influencia negativa del mito soviético sobre el movimiento socialista de Occidente. 

Me parecía de suma importancia que la gente de Europa occidental tuviera conocimiento de lo que era en realidad el régimen soviético. A partir de 1930 he visto muy pocas pruebas de que la URSS esté avanzando hacia algo que podamos llamar con certeza “socialismo”, sino que, por el contrario, me ha sorprendido su transformación en una sociedad jerárquica, donde los gobernantes no tienen más razones para dejar el poder que los de cualquier otra sociedad con clase dominante. 

Aun así, no está de más recordar que Inglaterra no es del todo democrática. Es un país capitalista, con grandes privilegios de clase y grandes diferencias económicas (incluso ahora, cuando se supone que la guerra nos ha igualado a todos). A pesar de esto, se trata de un país en el que la gente ha vivido sin conflictos importantes durante muchos siglos y donde las leyes son relativamente justas, y las noticias y las estadísticas oficiales son casi siempre creíbles, y, además, es un país donde sostener y difundir una opinión minoritaria no entraña ningún peligro mortal. En el contexto de semejante atmósfera, el hombre de la calle no tiene una comprensión real de temas como los campos de concentración, las deportaciones en masa, los encarcelamientos sin juicio previo, la censura de la prensa, etcétera. Todo lo que esta persona lee sobre un país como la URSS es inmediatamente traducido a términos ingleses, y acepta así, con mucha inocencia, las mentiras de la propaganda totalitaria. Antes de 1939, e incluso hasta más tarde, la mayoría de los ingleses eran incapaces de valorar la verdadera naturaleza del régimen nazi de Alemania, y ahora, con el régimen soviético, son víctimas del mismo tipo de engaño. Esto ha causado mucho daño al movimiento socialista en Inglaterra, y tiene serias consecuencias para la política exterior inglesa. De hecho, en mi opinión, nada ha contribuido más a la corrupción de la idea original del socialismo que la creencia de que Rusia es un país socialista y de que todo lo que hagan sus dirigentes debe ser disculpado, cuando no imitado. 

A mi regreso de España, pensé en exponer el mito soviético en una historia que fuera fácil de entender para casi todos y fácil de traducir a cualquier idioma. Sin embargo, los detalles de la historia llegaron después, un día en que (entonces vivía en un pequeño pueblo) vi a un niño pequeño, quizá de diez años, conduciendo una enorme carreta por un camino muy estrecho y golpeando al caballo con la fusta cada vez que este intentaba desviarse. Pensé que si los animales tuvieran conciencia de su fuerza, no podríamos ejercer ningún control sobre ellos, y que el hombre explota a los animales de la misma forma que el rico explota al proletariado. 

No quisiera hacer comentarios sobre el libro; si este no habla por sí mismo, es que he fallado. Pero quisiera hacer hincapié en dos puntos: en primer lugar, aunque varios episodios han sido tomados de la Revolución rusa, he cambiado la jerarquía y el orden cronológico de los acontecimientos; tenía que hacerlo para mantener la simetría de la historia. El segundo punto se les ha pasado por algo a muchos críticos, probablemente porque yo no he puesto el énfasis suficiente. Muchos lectores han terminado el libro con la impresión de que, al final, se produce una reconciliación completa entre los cerdos y los humanos. Esa no era mi intención, sino que, por el contrario, quería terminarla con una nota discordante, precisamente porque la había escrito inmediatamente después de la Conferencia de Teherán, acerca de la cual todo el mundo pensaba que había servido para establecer una relación excelente entre la URSS y Occidente. Yo personalmente no creía que esa relación fuera a durar mucho, y no estaba equivocado, como después han demostrado los acontecimientos. 

No sé qué más podría añadir. Si alguien está interesado en los detalles personales, puedo agregar que estoy viudo y tengo un hijo de casi tres años, que soy escritor de profesión y que desde el principio de la guerra he trabajado más que nada de periodista. 

El periódico con el que colaboro con mayor regularidad es el Tribune, un semanario político-social que representa, en general, al ala izquierda del Partido Laborista. Los libros que he escrito que más podrían interesarle al lector común (si es que algún lector de esta traducción encuentra algún ejemplar) son Los días de Birmania (una historia sobre Birmania), Homenaje a Cataluña (escrito a partir de mis experiencias en la Guerra Civil) y Ensayos Críticos (principalmente ensayos sobre literatura popular contemporánea inglesa, más instructivos desde el punto de vista sociológico que desde el literario). 

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