Guerra absoluta. Chris Bellamy
Prefacio
De manera paradójica, los ganadores perdieron y los derrotados vencieron.
Ya hay suficiente material nuevo, no sólo relacionado con acontecimientos y sucesos específicos, sino también de carácter general, para que una nueva historia sea oportuna y necesaria. Sabíamos bien cómo se ganó la guerra en el frente oriental, pero ahora sabemos mucho más sobre cómo se dirigió.
Por encima de todo, el lado soviético estaba motivado por un odio ardiente y una sed de venganza que modelaron la conducta de sus tropas cuando éstas entraron en Alemania.
He desmantelado algunos mitos.
Antes de que Rusia pueda seguir adelante, debe abordar primero y enterrar después los misterios y las incertidumbres del pasado estalinista.
Los nombres geográficos constituyen todo un reto. Los cambios de fronteras en la historia del siglo XX, hasta la ruptura de la Unión Soviética en quince estados independientes a finales de 1991 -todos con sus idiomas propios- , han dejado un legado de hasta cuatro nombres en determinadas ciudades. Por ejemplo, la alemana Lemberg se convirtió en la polaca Lwów, en la rusa Lvov y ahora en la ucraniana Lviv, Kishinev es ahora la moldava Chisinau. Y algunos nombres han vuelto a cambiar completamente. Leningrado fue antes, y es otra vez, San Petersburgo. Kalinin fue y vuelve a ser Tver. Stalingrado fue antes Tsaritsyn y ahora es Volgogrado. Kúibyshev, la capital provisional, adonde fueron evacuados el Gobierno y las delegaciones extranjeras cuando Moscú estuvo amenazado, fue anteriormente y es de nuevo Samara.
La huida del lobo rabioso: el impacto a largo plazo de la guerra en el Este
Las bajas soviéticas en ese período de 1941-1945 se estiman ahora en 27 millones de muertes directas, entre militares y civiles. La cifra supone casi la mitad de las víctimas totales de la Segunda Guerra Mundial. Pero la “pérdida demográfica global”, la diferencia entre la población que tenía la Unión Soviética después de la guerra y la que debería haber tenido si ésta no hubiera estallado, podría ser de 48 o 49 millones. Alemania probablemente perdió 4,3 millones de militares como consecuencia de las batallas en el frente oriental. Y esas bajas no incluyen el legado invisible de las guerras que sólo ahora estamos empezando a reconocer: las bajas psicológicas, las víctimas afectadas de trastornos nerviosos y estrés postraumático, y el consuelo que esas personas buscan.
Por más represivo que fuera el régimen interno, tanto bajo el zar como bajo la estrella roja, la mayoría de la población (aunque ni mucho menos la totalidad) acudió a su llamada, prefiriendo un despotismo nacional a cualquier alternativa impuesta desde el extranjero. (Es una lección para aquellos que en la actualidad se empeñan en exportar su idea de democracia.)
Sin el dominio británico y estadounidense del mar, la campaña aérea estratégica y la guerra en el Pacífico, es muy posible que la Unión Soviética hubiera caído derrotada en 1942 o, al menos, que la guerra en el este se hubiera prolongado mucho más.
El fracaso de la operación Barbarroja, que quedó en evidencia durante 1942, creó las condiciones para que la iniciativa pasara a los aliados a finales de ese año. Por esa razón, este libro presta especial atención a ese período y especialmente a 1942.
El conflicto fue una catástrofe medioambiental y demográfica.
Desde la disolución de la Unión Soviética al final de 1991, la reafirmación de la identidad nacional por parte de antiguas repúblicas soviéticas (especialmente los países bálticos), la reunificación de Alemania y la apertura de los archivos soviéticos a académicos occidentales han hecho posible reescribir la historia. Gran parte estaba oculta; sobre todo el gran número de bajas soviéticas.
David Glantz identificó con éxito una gran batalla -la operación soviética Marte- que ocurrió al mismo tiempo que la de Stalingrado y fue comparable a ésta en tamaño, pero que los soviéticos simplemente borraron de la historia porque la perdieron.
Si Rusia quiere seguir adelante y enfrentarse con seguridad a los desafíos del futuro, antes debe desenredar su pasado stalinista.
De los 197 millones de habitantes de la URSS en 1941, entre 40 y 42 millones eran ucranianos. Ucrania es hoy un país independiente, uno de los quince estados postsoviéticos. Después de la llamada Revolución Naranja de 2004-2005, su independencia y la orientación europea parecen aseguradas. Durante la Gran Guerra Patria, desgarrada entre el gobierno soviético y la invasión por parte de la Alemania nazi, Ucrania probablemente sufrió más que ninguna otra parte de la Unión Soviética o estado postsoviético. El famoso periodista estadounidense Edgar Snow, que visitó Ucrania en 1943 y de nuevo en 1945, citó a un alto oficial de Ucrania que aseguraba que en la guerra se perdieron 10 millones de personas -un cuarto del total de la población-, y ea cifra excluye a los hombres y mujeres movilizados en las fuerzas armadas soviéticas o alemanas. Otros elevan las pérdidas hasta 11 millones e incluso 13,6 millones.
Al final de la guerra, la naturaleza normalmente tiene una forma de compensar. Como dijo Napoleón de manera escalofriante después de la terrible batalla de Borodino contra los rusos en 1812, “una noche de París los sustituirá”. Las convenciones sociales se desechan, surgen nuevas oportunidades, y hombres y mujeres largo tiempo separados recuperan el tiempo perdido. En Occidente, se produjo un indiscutido baby boom. No obstante, en la Unión Soviética y sus estados sucesores las pérdidas parecen haber sido demasiado grandes para compensarlas.
El gran almirante Dönitz -que sucedió a Hitler como Führer durante una semana- había planeado “el puente marítimo”, la evacuación por mar más grande de la historia, para trasladar al oeste a 2 millones de personas desde la costa báltica mientras los soviéticos se acercaban. Las bajas se situaron sólo en torno al 1% y entre esas bajas se incluían las de la mayor tragedia marítima de la historia, que se produjo cuando el submarino soviético S-13 torpedeó al transatlántico alemán Wilhelm Gustloff cerca de Gdynia, el 31 de enero de 1945. Más de 6000 refugiados y hombres y mujeres de la tripulación murieron en las aguas gélidas del Báltico, cuatro veces más que el Titanic. Un nuevo análisis que usa simulación por ordenador sugiere que el número de personas a bordo podría superar las 10.000. Esto significa que, con 996 supervivientes, el número de víctimas podría superar las 9.000.
De manera curiosa, o quizá no tanto, el pueblo occidental que más obsesionado sigue estando con la guerra es el británico. Las economías británica y soviética fueron las dos que se movilizaron en mayor escala para el esfuerzo bélico, y ambos países sintieron, durante mucho tiempo, que estaban combatiendo solos. No era así -los británicos estaban recibiendo enormes cantidades de ayuda mediante el programa de préstamo y arriendo antes de que Estados Unidos entrara en guerra-, pero esa era la sensación. Hay por consiguiente algunas similitudes entre las experiencias rusa y británica de la Segunda Guerra Mundial, pero también enormes diferencias, l más notable de todas es que la Unión Soviética fue invadida y 27 millones de personas -una de cada siete- murieron. Quien visita Rusia no puede dejar de advertir el continuado énfasis en la experiencia de la Gran Guerra Patria. Desde Europa Central hasta el Pacífico, desde Murmansk hasta Grozny, los monumentos en recuerdo de la guerra proclaman el mismo mensaje: No se olvida a nadie. No se olvida nada. Lo triste es que muchas personas y cosas serán olvidadas. Pero al contemplar el alcance y la escala del conflicto, su atroz crueldad, arbitrariedad e injusticia, y al comprender que hubo cosas buenas y malas en ambos contendientes, podremos empezar a pasar página.
2. Guerra absoluta y total
Las grandes civilizaciones del momento suelen ser también las que matan con más eficiencia.
En el frente oriental, los medios de que dispuso la Unión Soviética fueron inicialmente mayores que los de los alemanes. Esos medios se recortaron de manera drástica cuando, en un periodo relativamente corto, los alemanes invadieron un área del mismo tamaño que lo conquistado por Alejandro Magno, pero como resultado de la evacuación de la industria hacia el este, los soviéticos se recuperaron de nuevo. Puede que la voluntad de los pueblos soviéticos también flaqueara, pero en última instancia se demostró superior y se expresó en la mayor voluntad de movilizar todos los aspectos de los recursos de la nación.
El primer intento general de restringir el maltrato a prisioneros y heridos y proteger a la población civil mediante la definición de distinción entre combatientes y no combatientes culminó en las Convenciones de La Haya de octubre de 1907, y en especial la Cuarta Convención relativa a las “Leyes y costumbres de la guerra terrestre”. El Imperio ruso las firmó -de hecho, desempeñó un papel importante en la consecución de estos acuerdos-, pero ya en 1917-1918 el nuevo gobierno soviético se negó a aceptar que los soldados del Ejército Rojo de Trabajadores y Campesinos se rindieran a sus “enemigos de clase”, y dejó de considerarse signatario.
Estos tratados tuvieron inmensa importancia para algunos de los prisioneros tomados durante la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos, Alemania, Italia, Francia, el Reino Unido y sus dominios los firmaron. Lamentablemente, dos importantes protagonistas de la Segunda Guerra Mundial no lo hicieron. Se trata de Japón y la Unión Soviética.
Después del inicio de la guerra en 1941, la Unión Soviética afirmó, algo engañosamente, que su única razón para no firmar las Convenciones de Ginebra de 1929 era el artículo 9. Este artículo, que especificaba que los prisioneros de guerra debían ser segregados radicalmente en campos diferentes, suponía una violación de la Constitución de la Unión Soviética. Otro pequeño problema era que el gobierno suizo no había reconocido al estado soviético. Fuera cual fuese la verdadera razón, el hecho de que la Unión Soviética no hubiera firmado las Convenciones de Ginebra de 1929 sin duda hizo el juego al régimen de Hitler, aunque los nazis probablemente habrían llevado a cabo de todos modos su política genocida contra combatientes, no combatientes y prisioneros de guerra. El caso es que la URSS no había suscrito los convenios y, por lo tanto, Alemania no sentía ninguna obligación de respetarlos en el frente oriental.
La orden sobre jurisdicción militar del 13 de mayo se debía en gran medida a la experiencia alemana en el frente oriental durante la Primera Guerra Mundial, cuando los rusos habían cometido atrocidades y deportado a alemanes de Prusia oriental en 1914, y el Imperio alemán había impuesto severas medias de seguridad contra los “bandidos” -algunos de los cuales eran partisanos antialemanes- en la Polonia ocupada entre 1915 y 1919.
Pese a que alemanes y soviéticos habían trabajado juntos desde la década de 1920 y fueron aliados desde el 23 de agosto de 1939 hasta el 22 de junio de 1941, las fuerzas alemanas estaban mal informadas acerca de quiénes eran los comisarios. Según el manual oficial de inteligencia, “Las fuerzas de la URSS en tiempo de guerra”, del 15 de enero de 1941, cualquier que luciera una estrella roja con la hoz y el martillo dorados en las mangas era un “comisario”.
Hitler insistió en que los comisarios no debían ser considerados soldados protegidos por las Convenciones de Ginebra, lo cual era completamente ilógico. Los verdaderos comisarios no solo formaban parte del sistema de mando militar, sino que, puesto que llevaban uniforme y contaban con autorización para acompañar a una fuerza armada, tenían pleno derecho a sus garantías. Una vez más, tales sutilezas no contaban para nada en el frente oriental.
Enfrentados a unas fuerzas alemanas con inclinación al exterminio, el ejército y las fuerzas de seguridad soviéticos respondieron de igual modo.
Iliá Ehrenburg, famoso escritor soviético, resumió la posición soviética con los prisioneros alemanes. La prensa publicó sus comentarios sobre la guerra desde el comienzo del conflicto. Igual que los soviéticos eran “infrahumanos” para los alemanes, Ehrenburg escribió: “No los consideramos seres humanos”. Los alemanes eran “bestias salvajes”, “peor que las bestias salvajes”, “bestias arias”, y “ratas muertas de hambre”. Un coronel “muestra sus colmillos amarillos de rata vieja”. Teniendo en cuenta la conducta de los alemanes, esta clase de propaganda obviamente funcionó.
En las primeras fases de la guerra, los prisioneros alemanes fueron por lo general fusilados, o bien inmediatamente después de la captura o tras un interrogatorio.
Aun más lamentable era el asesinato. Los alemanes capturaron diversos documentos que mostraban que el mando del ejército rojo estaba tratando de detener la matanza de prisioneros, lo cual, por supuesto, confirma que se estaba produciendo. A menudo, los prisioneros eran reunidos, obligados a alejarse de la primera línea y ejecutados en route.
Se entendió que el llamamiento de Stalin significaba que había que matar a todos los alemanes: los que luchaban, los heridos o los prisioneros. Como resultado directo, ocurrió uno de los peores incidentes. Tras el exitoso desembarco anfibio soviético en la península de Kerch a finales de diciembre de 1941, el Frente de Crimea hizo retroceder a los alemanes al oeste de Teodosia, aliviando así la presión sobre Sebastopol, que se hallaba bajo asedio alemán. A unos 160 heridos alemanes abandonados en el hospital cuando las fuerzas alemanas se retiraron les aplastaron la cabeza con objetos contundentes, los mutilaron, los arrojaron por las ventanas o los mataron por el expeditivo método de invierno ruso de echarles agua helada por encima o lanzarlos al mar para que murieran congelados.
Cuando Járkov cayó temporalmente en manos del ejército rojo, 4.000 personas fueron asesinadas, entre ellas las niñas y chicas jóvenes que se habían hecho amigas de soldados alemanes.
Las condiciones para la guerra absoluta y total se habían desarrollado durante las décadas de 1920 y 1930, y alcanzaron su máxima intensidad a principios de 1941. En retrospectiva, parece como si la guerra entre la Alemania nazi y la Rusia soviética fuera inevitable. Pero no a todo el mundo se lo parecía en 1939, cuando las dos mayores dictaduras del mundo, lejos de precipitarse una sobre la otra en una guerra encarnizada, se abrazaron en un pacto de no agresión.
3. “Un idilio cruel”: La alianza nazi-soviética y la expansión soviética, agosto a noviembre de 1939
Esta guerra, aunque se aplazó en 1939, fue en última instancia más inevitable que la mayoría.
A finales de la década de 1920 expertos militares alemanes y soviéticos trabajaron juntos en maniobras en los amplios espacios de Ucrania, a salvo de las miradas indiscretas de los vencedores de la Primera Guerra Mundial. Tampoco es que esta afinidad ruso-alemana fuera completamente nueva. Durante casi tres siglos, desde el reinado de Alexis Mijáilovich, zar desde 1645 hasta 1676 y padre dude Pedro el Grande, los métodos y el estilo militar de los alemanes habían gozado de un favor recurrente en Rusia. Se decía que los dos ejércitos formaban parte de una tradición militar común al noreste europeo.
El acceso al poder de Hitler cambió la situación, pero la cooperación seguía siendo necesaria a corto plazo. Y en ese momento tampoco parecía tan absurda. La política, como el mundo, es redonda. Si uno va lo suficientemente hacia el oeste, llega al Lejano Oriente. Y si uno viaja hasta muy lejos en la “izquierda” o la “derecha” política, llega al mismo lugar: alguna forma de dictadura totalitaria donde la seguridad del Estado no sólo es fundamental, sino que amenaza a las mismas personas cuyas vidas, libertades y aspiraciones debería proteger.
Lo más importante es que a pesar del odio intenso entre ellos, y de todo lo que cada uno representaba para el otro, parece claro que Stalin y Hitler se profesaban un enorme respeto. Ésta fue sin duda una razón clave por la que Stalin se negó a creer que Hitler estaba a punto de apuñalarlo por la espalda cuando el “idilio cruel” se acerca a su inevitable final.
La Guerra Civil española fue en muchos aspectos un ensayo general de la Segunda Guerra Mundial, aunque algunas de sus lecciones se aprendieron mal. El ataque de la Legión Cóndor alemana en la localidad vasca de Guernica, por ejemplo, probablemente llevó a los planificadores de la Luftwaffe a sobreestimar los posibles daños a la moral civil de los ataques en zonas urbanas.
Desde octubre de 1936 hasta enero de 1939, la Unión Soviética proporcionó al gobierno español 648 aviones, 347 tanques, 60 vehículos blindados, 1.186 piezas de artillería, 20.486 ametralladoras y 497.813 fusiles. Unos 3.000 voluntarios soviéticos también se trasladaron a España, de los cuales 158 murieron. Entre los “voluntarios” había una serie de altos oficiales soviéticos que viajaron de incógnito, bajo seudónimos convenientemente radicales, y que después se convirtieron en destacados comandantes en la Gran Guerra Patria… Stalin interrogó personalmente a los asesores militares soviéticos en cuanto regresaron a Moscú.
Al unir las fronteras de la ocupación alemana y soviética, hacía que un choque armado posterior entre los dos superestados fuera más probable.
Stalin no descartaba la idea de luchar contra Hitler finalmente, pero veía el pacto como una clara oportunidad de posponer las hostilidades durante un tiempo y era consciente de los daños que sus purgas habían infligido a la capacidad del ejército rojo para librar una guerra importante.
Para Stalin, en ese momento, el pacto parecía una idea muy buena.
La respuesta soviética a la invasión alemana de Polonia, que les había pillado por sorpresa, no fue tan diferente a su respuesta el 22 de junio de 1941, aunque a una escala mucho menor y sin las consecuencias absolutamente catastróficas.
Muchos polacos se rindieron a los alemanes antes de enfrentarse al ejército rojo.
En el verano de 1941 los servicios de seguridad del Estado soviético habían extraditado a casi 4.000 personas a Alemania, incluidas las familias de los comunistas alemanes que habían sido detenidos y ejecutados en la Unión Soviética durante las purgas y trabajadores alemanes que se habían trasladado a la Unión Soviética durante la depresión económica en Occidente en la década de 1930. La mayoría de éstos fueron enviados de inmediato a campos de concentración. Por su parte, los nazis deportaron a personas buscadas por los organismos de seguridad del Estado soviético, principalmente el NKVD.
La insistencia de Stalin en que Polonia debía desaparecer de la faz de la tierra y en que ninguna parte de ella debía seguir siendo independiente había sido confirmada en una nota del Comisariado del Pueblo de Asuntos Exteriores el 17 de septiembre, al inicio de la ocupación soviética, y tuvo consecuencias trágicas para muchos de los soldados polacos que se habían rendido.
Alemania recibió 190.000 kilómetros cuadrados y 22 millones de personas; la Unión Soviética, 200.000 kilómetros cuadrados y 13 millones de habitantes.
4. Mayor expansión soviética y cooperación con Alemania, noviembre de 1939 a junio de 1941
El 6 de marzo, una delegación encabezada por el primer ministro finlandés Risto Ryti voló a la neutral Estocolmo y de allí a Moscú, adonde llegó al día siguiente. Tras varios días de negociaciones infructuosas, la noche del 12 de marzo la delegación de Ryti firmó un tratado por el cual cedía todos los territorios exigidos en las negociaciones de antes de la guerra, y algunos más… La Unión Soviética obtuvo la segunda ciudad más grande de Finlandia, Viipuri (Víborg), el área de importancia estratégica de Hanko, Petsamo (Pechenga), el puerto marítimo más grande del Ártico, toda la costa del lago Ladoga y el istmo de Karelia entero, hogar del 12% de la población de Finlandia. Los habitantes tuvieron la opción de convertirse en ciudadanos soviéticos o marcharse. Todos ellos, sin excepción, se dirigieron al oeste, dejando tras de sí 40.000 explotaciones agrarias, muchas de ellas en llamas.
Los informes iniciales indicaban que los finlandeses sufrieron casi 24.000 víctimas mortales. Más tarde, estas cifras fueron revisadas a 48.243 muertos y 43.000 heridos. El total de bajas de la Unión Soviética fue de 200.000, aunque en ese momento algunos informes, que ahora sabemos que eran muy exagerados, las cifraban en 500.000 o incluso 750.000 muertos. Entre 1949 y 1951, el Comisariado de Defensa de la URSS elaboró las cifras más precisas de bajas soviéticas ahora disponibles, que calculó en 126.875 “bajas irrecuperables”: oficiales, hombres y trabajadores civiles caídos en combate, muertos o desaparecidos.
Hubo una propuesta para mejorar la eficacia de la aviación soviética mediante la adopción de la técnica alemana de bombardeo en picado, y el 22 de abril de 1949 se propuso enviar a Alemania a un grupo de pilotos soviéticos para que aprendieran la técnica.
Le guerra soviético-finlandesa, pues, reforzó muchas ideas que ya existían. El 13 de agosto de 1939, cuando el Pacto Mólotov-Ribbentrop era inminente, el comisario de Defensa Voroshílov hizo hincapié en la necesidad de contar con soldados brillantes y bien formados. “Ni un analfabeto, ni siquiera una persona bien educada puede en la actualidad ejercer de manera eficaz con las funciones de un simple operador de comunicaciones si no se le proporciona una formación inicial, y mucho menos el cuerpo de oficiales subalternos.”
En 1941, fueron los alemanes los que se congelaron con sus uniformes de verano, junto con su combustible y sus lubricantes, mientras el ejército rojo avanzaba con abrigos acolchados, pieles y camuflaje de nieve, con un material que funcionaba a decenas de grados centígrados bajo cero.
En el plano político-estratégico, la lección clave fue que no siempre se puede contar con recibir ayuda del país invadido, una lección que los gobiernos británico y estadounidense aprendieron de nuevo en Irak en 2003. Los planificadores soviéticos habían contado con un derrumbe de la voluntad política y moral de los finlandeses, y con la caída de su gobierno. Eso no iba a suceder de ninguna manera. En 1941, los alemanes, si hubieran sido inteligentes, podrían haber aprovechado su buen recibimiento inicial para ganarse a la población de gran parte de la zona occidental de la Unión Soviética. No lo consiguieron por su propia voluntad y colosal insensibilidad. “En ausencia de un derrumbe político-moral en el ejército y la población nacional del enemigo -concluyó el Estado Mayor soviético-, el ejército enemigo seguirá conservando su capacidad de resistir.”
El ejército rojo y el NKVD habían entrado en los nuevos territorios soviéticos del antiguo estado de Polonia. A los largo de la historia de Rusia, los polacos habían sufrido el poder de Moscú o San Petersburgo, y durante el periodo de entreguerras habían disfrutado de algo similar a un estilo de vida occidental, capitalista. El país era también muy católico, lo cual presentaba una amenaza ideológica tanto para la Rusia ortodoxa como para el comunismo ateo. No cabe duda de que la decisión de eliminar a los oficiales pocos que habían caído en manos soviéticas se tomó al más alto nivel. Del cuarto de millón de prisioneros polacos deportados a Rusia, 14.920 oficiales regulares y reservistas, entre ellos muchos destacados profesionales, fueron separados del resto y enviados a tres campos especiales en Kozelsk, Starobilsk y Ostáshkov. Todos ellos eran antiguos monasterios profanados.
Ni las autoridades del NKVD ni el gobierno soviético podrían imaginar que su obra hábil -y los verdugos del NKVD eran claramente muy profesionales- se revelaría relativamente pronto. Dos años más tarde, los alemanes, que ya ocupaban la zona, comenzaron excavar después de haber oído los rumores locales, una vez que el suelo se descongeló. Encontraron 4.143 cadáveres, un total que posteriormente se elevó a 4.253, vestidos con uniformes, abrigos y ropa interior de invierno, y un montón de documentos. El hallazgo, anunciado en un programa de radio el 13 de abril de 1943, fue un golpe propagandístico de gran potencial para los alemanes, pero la Unión Soviética aseguró que lo habían hecho los nazis. Obviamente era imprudente que británicos y estadounidenses insistieran en ese momento, y las investigaciones posteriores se convirtieron en todo un desafío para la incómoda alianza bélica. En la actualidad se ha establecido más allá de cualquier dura razonable que las ejecuciones se produjeron en marzo o abril de 1940, cuando la Unión Soviética controlaba la zona, y que el NKVD lo hizo por órdenes de Moscú. Sin embargo, este atroz crimen de guerra quedó impune, porque la Unión Soviética estaba en el bando ganador en la Segunda Guerra Mundial.
La creación de la República Socialista Soviética de Moldavia en la URSS fue un proceso bastante largo que comenzó el 11 de julio. Una pequeña República Autónoma de Moldavia había formado parte de Ucrania, y los nuevos territorios se injertaron en ella para formar la nueva República Socialista Soviética de Moldavia con capital en Kishinev (Chisinau). Hasta noviembre no se terminó de delimitar la frontera entre la nueva república y Ucrania. Diez mil familias fueron evacuadas de Ucrania a los nuevos territorios durante otoño, pero ya en agosto de 1940, 53.356 hombres y mujeres habían sido movilizados y enviados a otras partes de la Unión Soviética. Al igual que en los países bálticos, las deportaciones en masa empezaron en el verano de 1941, con más de 5.000 familias de Besarabia transportadas a la fuerza durante la noche del 13 de junio.
El movimiento de tropas alemanas a Finlandia y Rumanía fue uno de los factores que comenzaron a deteriorar las relaciones entre Alemania y Rusia. Sin embargo, a pesar de que Hitler habló de un ataque a la Unión Soviética en la primavera de 1941, durante una conferencia celebrada el 31 de julio de 1940, más tarde aceptó el plan de Von Ribbentrop para sumar la Unión Soviética al pacto tripartito entre Alemania, Italia y Japón, y convertirlo en un pacto de cuatro potencias. Von Ribbentrop escribió a Stalin a fin de invitar a Mólotov a Berlín para discutir “posiblemente con representantes de Japón e Italia la base de una política que supondría una ventaja práctica para nosotros”. De haberse materializado una alianza de cuatro potencias, el Reino Unido y Estados Unidos se habrían enfrenado a una formidable coalición de Alemania,, La URSS e Italia dominando Eurasia, mientras que Japón, junto con la URSS, habría extendido el alcance de la coalición de cuatro potencias en el Pacífico. Había también numerosos estados satélites, entre ellos la España de Franco, la Francia de Vichy y los satélites alemanes en el sureste de Europa. También podría haber sido difícil para Turquía, que se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra Mundial, quedar fuera del ámbito del pacto de cuatro potencias.
Hitler le dijo a Mólotov que consideraba a Stalin “una personalidad histórica. A mí también me enorgullece la idea de pasar a la historia. Pero es natural que dos líderes políticos como nosotros nos encontremos. Por favor, señor Mólotov, transmítale al señor Stalin mis saludos y mi propuesta de que nos reunamos en un futuro no muy lejano”.
Mólotov transmitió el mensaje, y puede que influyera en los errores de cálculo de Stalin sobre las intenciones de Hitler o, al menos, sobre el momento de una agresión a la Unión Soviética. De hecho, los dictadores nunca se reunieron.
El 11 de
febrero de 1940 se firmó un acuerdo económico para el suministro de materias
primas soviéticas por valor de 600-700 millones de marcos del Reich. A cambio,
Alemania tuvo que aceptar hacer entregas de armamento a gran escala, y también
de algunas de sus tecnologías más secretas y modernas, lo cual a la industria
alemana no le gustaba.
Polonia,
Estonia, Letonia y Lituania habían sido eliminadas como estados, mientras que
grandes partes de Finlandia y Rumanía se habían transferido a la Unión
Soviética. En el sexagésimo aniversario de la victoria en Europa, en mayo de
2005, los países bálticos restaurados exigieron que el presidente ruso Vladímir
Putin pidiera disculpas por su anexión. Éste dijo que la Unión Soviética se
había disculpado en 1989, y se negó a hacerlo de nuevo.
5. ¿Quién planeó atacar a quién y cómo?
La
decisión de Hitler de lanzar la mayor y más ambiciosa operación militar de la
historia del mundo, la operación Barbarroja, en el auténtico “día más largo”
-el 22 de junio de 1941- sólo puede explicarse en términos de las “innumerables
causas diversas y complejas” a las que se refería Liev Tolstói en Guerra
y paz. Éstas van desde lo global y grandioso hasta lo pragmático e incluso
ramplón. La política del mundo de posguerra ha inducido a ciertos historiadores
a favorecer la preeminencia de determinadas causas, pero la decisión de Hitler
de atacar la URSS sólo puede explicarse al tratar todas las causas como
igualmente importantes, cada una a su manera.
La
obsesión de Hitler con el “bolchevismo judío”, establecida en Mein Kampf, y la
polaridad ideológica entre nacionalsocialismo y comunismo soviético eran
claramente una de las causas, pero ésta debe sopesarse con el sentimiento
verdadero tanto de Stalin como de Hitler, según el cual el otro era alguien con
quien se podía negociar. La necesidad percibida de Lebensraum, que debía algo a
los geopolíticos, era indudablemente otra causa. También lo era la muy real
necesidad de Alemania de materias primas, para librar una guerra que ya estaba
en marcha, y que podría extenderse a dimensiones globales, incluyendo a Estados
Unidos, como después ocurrió. Luego había consideraciones político estratégicas
en el contexto de una guerra más extendida en Europa, pero todavía no global.
La derrota de Francia en junio de 1940 y la posterior resistencia continuada de
Gran Bretaña colocaron a Hitler en un brete estratégico. Necesitaba los
recursos soviéticos para luchar contra el Imperio británico y posiblemente
contra Estados Unidos, pero Alemania se mostraba reticente a pagar por ellos.
Destruir la Unión Soviética también golpearía de manera indirecta al Reino
Unido al eliminar una de sus últimas esperanzas de contar con un aliado
importante. Los esfuerzos constantes del Reino Unido, Alemania y la Unión
Soviética para aliarse con cualquier potencia contra la tercera en el teatro
europeo tienen que equilibrarse y verse en el contexto de objetivos más a largo
plazo. La Unión Soviética, debe recordarse, se estaba fortaleciendo, y aún
podía volverse contra una Alemania debilitada por la contante brega con Gran
Bretaña. Y Estados Unidos, que ya era un enorme contribuyente al esfuerzo
bélico británico con cantidades cada vez mayores de material de guerra (lo cual
preocupaba sobremanera a Hitler), probablemente no permanecería para siempre al
margen de la guerra como beligerante directo.
La
operación Barbarroja se retrasó -sin lugar a dudas con consecuencias
desastrosas para los alemanes- por el golpe del 27 de marzo de 1941 en
Yugoslavia y la subsiguiente invasión de Hitler para ocuparse de ella. Por
último, e inextricablemente ligado con la cuestión del Reino Unido, Alemania y
la URSS jugando a enemistarse, existía un gran dilema en el ámbito de la
estrategia y la inteligencia militar. ¿Hitler podría traicionar el pacto de
1939 y atacar a Stalin? ¿O podría atacar Stalin a Hitler, antes de que éste lo
atacara a él?
Desde la
precaria seguridad del exilio, Suvórov afirmó que Stalin había usado a Hitler
como un “rompehielos” que debilitaría las democracias occidentales antes de
invadir él Europa, empezando por Alemania. Por consiguiente, el ataque de Hitler
a la Unión Soviética podía verse como una guerra preventiva, finalmente lanzada
el 22 de junio de 1941, antes de un ataque soviético programado, según Suvórov,
para el 6 de julio. El ataque preventivo para impedir o desviar una amenaza que
es “inminente e incontenible” tiene un respetable pedigrí en la ley
internacional. En cambio, actuar para impedir que una amenaza todavía
inexistente se materialice goza de menor favor legar.
Si el
ejército rojo era pillado a contrarié cuando se estaba preparando para atacar,
su vulnerabilidad habría sido mayor que de haber estado atrincherado en
posiciones defensivas. Eso ciertamente explicaría la paranoia de Stalin de no
provocar a los alemanes mientras él se preparaba. La tercera y más ambiciosa
tesis, defendida por Sovórov, sostiene que Stalin urdió el Pacto
Mólotov-Ribbentrop para provocar el conflicto entre las potencias occidentales,
permitiendo a Hitler empezar la guerra europea que se convertiría en la Segunda
Guerra Mundial. Luego explotaría la destrucción mutua de potencias en
competencia e invadiría Europa. Si uno acepta entonces que Hitler lanzó su
ataque de 1941 para frenar a Stalin y salvar la civilización occidental, eso
aleja de Hitler la culpa del inicio de la Segunda Guerra Mundial, así como la correspondiente
a la guerra en el frente oriental, y la desplaza hacia Stalin. En términos
históricos, es un temblor que puntúa muy alto en la escala de Richter. Es
evidente por qué la mayoría de los rusos lo rechaza de plano.
Sabemos
por documentos que se han hecho accesibles a partir de 1990 que el mando
soviético tenía planes para un ataque contra las fuerzas alemanas en la Polonia
ocupada y, por otra parte, el despliegue soviético parecía bastante ofensivo.
De hecho, hubo cuatro planes: julio de 1940, 18 de septiembre de 1940, 11 de
marzo de 1941 y 15 de mayo de 1941. Todos ellos se publicaron en la
especializada Revista Histórico-Militar en 1991-1992. Sin embargo, la
existencia de planes no es prueba de voluntad política para ponerlos en
práctica, y desde luego no inmediatamente. Es obligación de todo Estado Mayor
tener planes para cualquier eventualidad.
La
Wehrmacht, después de sus victorias en Polonia, Noruega, los Países Bajos y
Francia, por no mencionar las más recientes en Yugoslavia, Grecia y Creta, era
una máquina de guerra extraordinariamente afinada dirigida por un Estado Mayor
sumamente profesional.
El
ejército rojo había perdido a cientos de sus oficiales más capacitados en las
purgas de 1937. Como se recordará, éstas habían eliminado a 3 de los 5
mariscales; entre ellos Tujachevski, probablemente el cerebro militar más
brillante de la Unión Soviética, y tal vez del mundo en ese momento, y el único
alto mando soviético con experiencia para dirigir un ejército invasor en un
país extranjero.
Sin
embargo, deben examinarse las pruebas circunstanciales de una ofensiva
planificada soviética contra Alemania, aunque solo sea por la insistencia con
que las citan quienes se inclinan por la tesis de Suvórov.
Ya no
cabe absolutamente ninguna duda de que en abril de 1941, antes incluso del plan
de Zhúkov, la Unión Soviética había comenzado una movilización encubierta.
Incluso las autoridades rusas más conservadoras, y uno podría razonablemente
deducir que contrarias a Suvórov, lo reconocen en la actualidad.
Yo creo
que Stalin se estaba preparando para atacar Alemania en algún momento, pero me
inclino hacia el punto de vista más tradicional de que 1942 habría sido la
opción preferida.
A pesar
de que al parecer Stalin aprobó el plan, el hecho de que un Estado Mayor tenga
un plan no es prueba de ninguna intención política de usarlo de manera
inmediata. La tesis de Suvórov de que Stalin planeaba atacar el 6 de julio no
parece creíble.
El arranque de Barbarroja y las batallas de frontera.
El 23 de junio, los alemanes se abrieron paso hacia el río Dubissa y allí tomaron dos pequeñas cabezas de puente. Durante la noche una de ellas fue evacuada, mientras que dos secciones (de cincuenta a sesenta hombres) quedaron a cargo de la otra, pero un contraataque soviético los superó. Kielmansegg lo recordó:
“Al día siguiente encontramos a todos los efectivos muertos, es decir, asesinados y espantosamente mutilados. Les habían arrancado los ojos, les habían cortado los genitales y los habían sometido a otras crueldades. Fue nuestra primera experiencia de esta clase, pero no la última. La noche posterior a esos dos primeros días le dije a mi general: “Señor, ésta va a ser una guerra muy diferente a la de Polonia y Francia.”
Los lituanos saludaron a los alemanes entre muestras de entusiasmo, con flores y, quizá para mayor alegría de tropas de combate, café, leche, huevos, pan y mantequilla dejados sobre mesas delante de las casas. Los alemanes, por lo que parece, no estaban preparados para aprovechar el inesperado apoyo que recibieron, tanto militar como político.
Aunque los alemanes no habían llegado todavía a Letonia ni a Estonia, la rebelión estalló allí inmediatamente después de que llegaran las noticias sobre la operación Barbarroja. Por lo tanto, no se dio ningún “efecto dominó”, por mucho que así se lo pareciera a las tropas atacantes alemanas y a las fuerzas soviéticas en retirada, sino más bien un levantamiento simultáneo en los tres países bálticos. Como en Lituania, las deportaciones en masa desde Letonia habían empezado en la noche del 13 al 14 de junio y 16.000 letones fueron llevados a regiones remotas de la Unión Soviética. Muchos letones decidieron que la única forma de responder a eso era rebelarse, y empezaron a formarse diversos grupos partisanos en los extensos bosques de la región. El terreno en los países bálticos era propicio a la guerra de guerrillas , con pocas carreteras y muchos bosques y ciénagas que los habitantes locales conocían bien, a diferencia de las tropas ocupantes recién llegadas.
Las pérdidas fueron terroríficas. Una fuerza atacante, con tan sólo una modesta superioridad en número de hombres, e inferior en número de tanques, cañones y fuerza aérea, había sido capaz de hacer retroceder a los defensores rusos de 300 a 600 kilómetros y les había infligido bajas irrecuperables -muertos, prisioneros y desaparecidos- cifradas en 589.537 efectivos, en un periodo de entre quince y dieciocho días. Según esta aritmética, a un ritmo de más de 44.000 víctimas por día, ¿hasta cuándo podría durar la Unión Soviética?
El Kremlin en guerra
La Gestapo irrumpió en la delegación comercial soviética en Berlín y empezó a llevarse documentos, mientras el personal ruso intentaba desesperadamente quemar todo lo que podía, de manera que el humo salía por una de las ventanas del piso superior. El patio de la embajada soviética se convirtió en un “campamento gitano”, recuerda Berezhkov, cuando unos pocos -aunque continuaban siendo demasiados- de entre el millar de trabajadores soviéticos que todavía seguían en Alemania y en los territorios ocupados buscaron refugio allí. Al día siguiente, los alemanes dijeron que iban a internar a todas las personas de nacionalidad soviética. Afirmaban que iban a cambiarlos por individuos alemanes que siguieran en la URSS, pero había un problema. Dado que los alemanes habían actuado primero, en Alemania todavía quedaban unos 1000 ciudadanos soviéticos, mientras que en la Unión Soviética solamente había 120 alemanes. Los intereses de las personas soviéticas en Alemania se pusieron bajo el control de los suecos, y los de los alemanes en la URSS bajo el control de los búlgaros. Finalmente se acordó que todos los trabajadores soviéticos en Alemania y sus familias fueran evacuados, a través de Praga, Viena y Belgrado, hasta la ciudad yugoslava de Lis, para permitir a los alemanes sacar a toda su gente de la URSS.
El 1 de julio, el Consejo de Comisarios del Pueblo, emitido un decreto sobre “El estatuto especial de los prisioneros”. Aunque la Unión Soviética no había firmado las convenciones de ginebra, más tarde mostró su conformidad con aplicar la Convención de La Haya de 1907 sobre los prisioneros de guerra. El decreto del 1 de julio de 1941 seguía en general las líneas de las convenciones de 1907 y 1929, especificando que para ser calificados como prisioneros de guerra los combatientes tenían que mostrar abiertamente las armas (algo que los partisanos soviéticos a menudo no hacían) y que los civiles acompañantes de una fuerza armada, como los corresponsales de guerra, también debían ser tratados como prisioneros de guerra. Los insultos el tratamiento cruel hacia los prisioneros estaban prohibidos; el equipo, los documentos y las insignias no tenían que confiscarse; y cualquier objeto de vilos o cantidades en metálico tenían que guardarse en lugar seguro tras la entrega de un recibo. Las medidas para las relaciones con la Cruz Roja o con la Media Luna Roja también se asemejaban las que se reflejaban en la legislación internacional, pero nunca se pusieron en práctica. Todo podía parecer de lo más correcto, pero la realidad era muy distinta. Los únicos prisioneros que tenían alguna esperanza en 1941 eran los 41.500 polacos y los 4.600 eslovacos que, tras grandes esfuerzos de los nuevos aliados de la URSS, fueron liberados para que pasaran a formar el núcleo de los ejércitos polaco y checoslovaco. El tratamiento de prisioneros en ambos beligerantes, en el mejor de los casos, distó mucho de cumplir las medidas previstas en Ginebra y La Haya o las mencionadas medidas soviéticas previstas por el NKVD. En el peor de los casos, la tortura y el asesinato se utilizaron ampliamente como medios para el interrogatorio, y a veces de forma gratuita, en ambos lados.
¿Sufrió Stalin una crisis nerviosa?
Fue por aquel entonces cuando, según las acusaciones, Stalin sondeó las posibilidades de solicitar la paz con los alemanes. Pável Sudoplátov, jefe de la Dirección Cuarta del NKGB y del NKVD, uno de los oficiales de Beria que gozaba de mayor confianza, había organizado el asesinato de Liev Trotski en México el año anterior. En sus memorias, publicadas en 1994, decía que había recibido instrucciones de Beria para contactar con el embajador búlgaro, Iván Stamenov, el 25 de julio, pero en la declaración al consejo de ministros, fechada el 7 de agosto de 1953, cuando Beria estaba sometido a un proceso, había afirmado que la orden le llegó entre el 25 y el 27 de junio. Se esperaba de Stamenov que pasara la información -que no era ninguna oferta formal del gobierno soviético- al rey Boris, quien luego la tramitaría a Berlín. Según se cuenta, Sudoplátov se encontró con Stamenov en la sala privada de Beria del elegante restaurante georgiano Aragvi, situado en el centro de Moscú y frecuentado por el NKVD y el NKGB. Las cuatro preguntas que planteó fueron éstas: ¿Por qué los alemanes habían atacado la Unión Soviética? ¿Estaba Alemania en disposición de detener la guerra, y bajo qué condiciones? ¿Estarían satisfechos los alemanes si Stalin entregaba los países bálticos, Ucrania, Besarabia, Bukovina y el istmo de Carelia? En caso contrario, ¿qué deseaba entonces Alemania?
Stalin continuó con su despiadado ritmo de trabajo y de reuniones hasta el 28 de junio. El 27 y 28 de junio, sin embargo, no hubo reuniones matinales ni a mediodía. Empezaron a las 16.30 y a las 19.35, respectivamente, y continuaron hasta la madrugada. En 1992, un distinguido historiador, el doctor Dmitri Volkogónov, explicó en un importante documental televisivo ruso, Monster (Monstruo), que Stalin no quedó perplejo ni abatido por el impacto del ataque inicial alemán, sino sólo tras la caída de Minsk, el 28 de junio. La ausencia de anotaciones diarias de Stalin en el registro oficial durante los dos días posteriores a ese 28 de junio así parece confirmarlo. Según Volkogónov, se dirigió a su dacha, sin querer ver a nadie. El 28 de junio su jornada laboral acabó a las 0,50 del 29, tras cinco horas y cuarto. Pero había otros asuntos que atender.
La pérdida de Bielorrusia, que finalmente resultó obvia el 28 de junio con los primeros informes del cerco y, por tanto, de la inminente caída de su capital, Minsk, y que se completó en la mañana del 29 de junio, llevó a Stalin a un estallido de rabia. Esa noche del 29 de junio, según recordó el testigo clave Anastás Mikoyán, “diversos miembros del Politburó estaban reunidos con Stalin en el Kremlin. De manera que Stalin estaba en el Kremlin, por mucho que ninguna entrada oficial lo recoja.
Victoria pírrica
La capital zarista de San Petersburgo, renombrada Petrogrado en 1914 en un gesto antialemán, y Leningrado a la muerte de ese hombre en 1924, ha tenido siempre un carácter único, al que los “900 días” del gran sitio que estaba a punto de comenzar añadieron una seriedad terrible. Durante el asedio de 900 días, las tropas atacantes alemanas todavía solían referirse a la ciudad como “San Petersburgo”. Con el nombre Petrogrado, la impresionante hermosa “Venecia del Norte”, había sido cuna de la Revolución rusa de 1917, y ésa era una de las razones por las que Hitler odiaba tanto la ciudad.
Justo cuando pensaban que habían tomado Kiev, el 19 de septiembre, los alemanes recibieron un chivatazo anónimo que informaba de que las fuerzas soviéticas en retirada habían dejado tras de sí cargas explosivas en los edificios clave que podrían ser detonadas a distancia. Ésos eran precisamente los edificios más adecuados para el cuartel general y el alojamiento de soldados. Los alemanes registraron todo, pero, aun así, cinco días después, el 24 de septiembre, estalló un depósito de municiones cerca de la oficina principal de correos y ocasionó un gran incendio. Como era de esperar, los alemanes tomaron represalias tras culpar a “partisanos y judíos” y comenzaron a trasladar los cuarteles clave fuera de la ciudad. En el incendio murieron varios oficiales alemanes, entre ellos el coronel barón Von Seidlitz und Gohlau, jefe del Estado Mayor General del Ejército. No era la clase de persona a la que uno podía incinerar a la ligera y salirse con la suya.
Como resultado, el mariscal de campo Von Reichneau, comandante del Sexto Ejército, dio órdenes el 10 de octubre, que reproducían órdenes directas de Hitler del 7 de octubre. Las grandes ciudades fortificadas debían ser esquivadas y cercadas, y no había que tomarlas hasta que fueran completamente reducidas -“aniquiladas”- por los bombardeos y el fuego de artillería. La Wehrmacht hizo caso omiso de esas órdenes allí donde necesitaba las ciudades como centros de transporte y mando y, como revelaría la llegada del invierno, como refugio. El incendio de Kiev fue utilizado como excusa para rodear y matar a todos los “partisanos y judíos”, muchos de los cuales fueron asesinados de manera incontrolada. Estos homicidios se justificaron citando atrocidades cometidas contra los prisioneros de guerra alemanes y ataques contra hospitales y puestos de centinelas. Sin embargo, como deja claro la nueva historia casi oficial alemana, “el acorralamiento y posterior ejecución de la población judía de Kiev no puede justificarse con ninguna referencia a una amenaza militar”.
¿Armas de destrucción masiva?
Cuando la iperita -gas mostaza- empezó a utilizarse en la Primera Guerra Mundial, en julio de 197, la participación de Rusia en el conflicto ya estaba llegando a su fin, y las reservas de Sháposhnikov no tenían nada que ver con su propio trauma personal en esta guerra, probablemente a diferencia de lo que sentía Hitler. El uso de armas químicas estaba “prohibido categóricamente” y al Unión Soviética se había comprometido expresamente a cumplir con la Convención de 1925 sobre el uso de agentes químicos y bacteriológicos… En cuanto a la que sucedería a la población civil de Rusia, que a diferencia de la británica no contaba en su totalidad con respiradores (máscaras de gas), en una guerra química, es mejor no pensarlo.
No obstante, la propuesta de Kuznetsov de utilizar gas mostaza -un agente que causa ampollas persistentes- es particularmente interesante. Kuznetsov, quien había comandado el Frente del Noroeste, el Vigésimo Primer Ejército y el Frente Central, no era ningún patán que no acabara de entender las implicaciones políticas, diplomáticas, estratégicas y operativas de su propuesta. Al contrario, antes de tomar el mando de los ejércitos y frentes, había sido, en 1940-1941, jefe de la Academia Militar del Estado Mayor del ejército rojo. Después había dirigido tropas en los distritos militares del Cáucaso Norte y el Especial del Báltico. No solo era un comandante muy experimentado, sino también uno de los principales supervivientes de los pensadores académico-militares. Era un hombre que sabía mejor que nadie que, en términos de doctrina militar soviética, aquellas eran las circunstancias para lanzar el libro de reglas por la ventana y utilizar armas de destrucción masiva, el término ruso que muy posteriormente fue secuestrado por estadounidenses y británicos y se convirtió en la norma para referirse al armamento químico, biológico, radiológico y nuclear. La propuesta de Kuznetxov de utilizar armas químicas -armas de destrucción masiva- era un claro signo de lo desesperado de la situación.
Habida cuenta de la completa indiferencia del régimen soviético a cifras enormes de víctimas entre su propia población, tanto militar como civil, y ni que decir tiene en el caso de las víctimas alemanas, por horrible que fuera la forma de infligirlas, parece poco probable que ésta fuera la principal consideración. Sin duda alguna, un Estado que seguía apostando por “la ofensiva”, y listo para lanzar a la acción fuerzas mal preparadas con un coste horrendo, podría seguir el consejo de sus expertos militares en el sentido de que la guerra química retrasaría todo y complicaría la maniobra que pretendían. Ésa fue otra razón principal por la cual los alemanes y los aliados occidentales se abstuvieron de usarlas. Pero lo más probable es que las desventajas políticas y de gran estratega de iniciar la guerra química en el frente oriental, en términos de cómo la verían los británicos y los estadounidenses, esperan las ventajas temporales de estrategia militar y operativa que su uso podría ofrecer para retrasar y matar alemanes. La respuesta está en algún lugar de los archivos rusos, sin duda, pero parece una explicación razonable, de hecho, la única explicación razonable.
Operación Tifón. Viazma-Briansk y el camino a Moscú
Incluso antes de la erradicación de un frente entero en torno a Kiev, Hitler había recuperado el interés por Moscú. Ya el 12 de agosto, publicó una adenda a la Directiva Nº 34 del 30 de julio, en la que ordenaba que Moscú, como “centro de gobierno, armamento y tráfico” del enemigo, debía ser tomado “antes del inicio del invierno”.
Había una razón , que quedó clara con un estudio de la situación estratégica elaborado por el Alto Mando de la Wehrmacht el 24 de agosto y aprobado por Hitler. El estudio aseguraba que las operaciones para aplastar la resistencia soviética podrían tener que continuar en 1942, y que había que tener en mente una planificación estratégica de futuro. Quizás habría que retrasar hasta entonces otras operaciones con objetivos estratégicos -incluida la posibilidad de la captura de Leningrado y el Cáucaso- y dar prioridad a asegurar el territorio ya conquistado.
Hitler utilizó el argumento de que, si el grueso del ejército rojo se concentraba para defender Moscú, entonces ése era el lugar donde tendría que ser destruido. En un “estudio” del 22 de agosto, Hitler había previsto la gran batalla de cerco al este del Dniéper, que ocurrió en la “batalla de Kiev” el mes siguiente, y claramente veía la destrucción del mayor número posible de fuerzas enemigas en la batalla por Moscú más importante que la toma de la ciudad en sí. Sin embargo, según la nueva historia alemana:
Halder, más que Hitler {…} creía que un último esfuerzo por tomar Moscú conduciría al derrumbe de las defensas soviéticas. Hitler, por su parte, señaló las conclusiones operativas correctas (desde su punto de vista) dictadas por sus prioridades. La necesidad económico-militar era el factor decisivo; nunca consideró un Cannas alrededor de Moscú. Sin embargo, los líderes alemanes todavía confiaban -aunque ya no tenían las certeza de conseguirlo- en concluir de manera satisfactoria la campaña contra la Unión Soviética en 1941 siempre y cuando consiguieran privar al enemigo de la base para rehabilitarse y disponer de nuevas fuerzas.
Los alemanes, como es comprensible, estaban eufóricos y con un exceso de confianza. El OKH decidió que podía atacar hacia el este -hacia Moscú- y desplazarse al norte para eliminar el Frente del Noroeste. Ello les daría el control total de la línea ferroviaria Moscú-Leningrado, ya cortada, y contribuiría a garantizar la eliminación de Leningrado. Hitler, entretanto, concibió un plan político-estratégico más amplio para aislar Moscú en un gran anillo para “ejercer presión política-, pero sin entrar en la ciudad. Como se ha señalado, no estaba interesado en Moscú en sí, sino en destruir el grueso de las fuerzas armadas del enemigo allí donde estuvieran -que con toda probabilidad sería Moscú- y llegar a una posición favorable, aunque no del todo cómoda, en la que basar la nueva campaña que se esperaba que se produjera en 1942. Moscú era importante también como nodo de comunicaciones en el centro de las líneas de abastecimiento que conducían al norte al océano Ártico y al sur al mar Negro (aunque ésta iba a ser cortada pronto), al interior de Rusia y a Asia, a lo largo del curso medio y superior del Volga.
Medianoche en Moscú
Fuego contra el fuego
El 2 de agosto, Stalin dictó una orden tajante según la cual todo aquel al que se pillara infligiéndose lesiones debía ser fusilado al momento, como si se tratara de un desertor. Rokossovski más tarde los llamó “zurdos”, porque en general se disparaban en la palma de la mano izquierda o se volaban varios dedos (suponiendo que no fueran zurdos). En cuanto las autoridades se enteraron, la gente comenzó a dispararse en la mano derecha. Para que los diestros lo lograran, en ocasiones los hombres tenían que cooperar y dispararse unos a otros.
¿Pánico en las calles? ¿Pánico en la cúpula?
“A principios de octubre”, según un historiador ruso que más tarde llegó a conocerlo, Zhúkov fue llamado a la dacha de Stalin, probablemente a Kúntsevo. Según se cuenta, Zhúkov dijo “buenas tardes”, pero Stalin, que se hallaba de espaldas a él, al parecer, no lo oyó. Stalin estaba absorto en una conversación con Beria. Zhúkov supuestamente oyó decir a Stalin decir: “Ponte en contacto a través de tus agentes con la inteligencia alemana, y descubre lo que va a pedirnos Alemania si ofrecemos firmar un tratado de paz por separado”.
El 13 de octubre, Stalin ordenó la evacuación de los cuatro teatros más prestigiosos de Moscú, señal inequívoca de que las cosas se estaban poniendo serias. El Teatro Estatal de Lenin, el Teatro de la Academia de Artes Maxim Gorki, el Teatro de la Pequeña Academia y el Teatro Académico Vajtangov debían evacuarse. El primero iría a Kúibyshev, para unirse al Teatro de la Opera; el segundo, al Sarátov, para unirse al Teatro Dramático local; el tercero, a Cheliábinks, para trabajar con el Teatro Dramático de esa ciudad, y el último a Omsk, para trabajar con el teatro local. Jrapchenko, comisario del pueblo para las Artes, fue el responsable de la evacuación y el Comisariado del Pueblo para las Comunicaciones dispondría cuarenta y tres vehículos de pasajeros y treinta y cinco vagones de mercancías para este propósito. Los rusos son u pueblo culto y eficiente. Pero es mejor no pillarlos de malas.
Estado de sitio
Los pilares de la defensa de Moscú fueron las ciudades de Kalinin, anteriormente y ahora de nuevo Tver, 160 kilómetros al noroeste, y Tula, a la misma distancia en dirección sur. Mientras la mayor parte del gobierno se retiraba de Moscú y Stalin se quedaba, durmiendo en un colchón en un andén de metro detrás de una cortina de madera contrachapada, los alemanes habían tomado Kalinin, Mozhaisk y Maloyaroslavets. Esta última ciudad, “la pequeña Yaroslav”, era la clave en esa misma línea, 100 kilómetros al suroeste de Moscú, y había sido escenario de una gran batalla en 1812 cuando la Grande Armée de Napoleón se estaba retirando.
En Moscú, se estableció el toque de queda, que prohibía todos los movimientos entre la medianoche y las 5.00 horas, salvo el transporte público y las personas con pases especiales del comandante de la ciudad de Moscú, el general Sinílov, quien, por una extraña coincidencia, también era el general al mando de la 2ª División Mecanizada del NKVD…. Cualquiera que atentara contra el orden público sería “rápidamente detenido” y enviado ante un tribunal militar, y a los “provocadores”, espías y otros agentes del enemigo, culpables de alterar el orden” se les fusilaría en el acto. El GKO quería que todos los trabajadores de la capital mantuvieran el orden y la calma y cooperaran con el ejército rojo en la defensa de Moscú. Ningún manifestante en pro de los derechos humanos iba a cuestionar nada.
En algunos lugares, cundió el pánico. El sargento de la Seguridad del Estado, el teniente Vladímir Ogryzko, nacido en 1917, comandaba uno de los destacamentos del NKVD. Entrevistado en televisión en 1999, culpó a los “grupos de distracción y espías que habían atravesado las defensas de Moscú” de sembrar el pánico, pero, cuando el orden se rompió,, algunas personas se aprovecharon. “Hubo robos (pasó todo lo que uno pueda imaginar), porque, como siempre, la gente perdió la cabeza(…) los mal educados. La escoria de la sociedad mostró su cara.” La orden de disparar en el acto a cualquiera que se resistiera o tratara de huir se interpretó casi al pie de la letra. Los coches de las personas que trataban de huir sin autorización eran tirados en las cunetas a pulso o con máquinas excavadoras. “Si el conductor acaba aplastado -recordó Ogryzko-, tanto mejor.”
Las medidas duras, junto con la decisión de Stalin de permanecer en Moscú, funcionaron.
(Página en construcción)
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