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Recuerdos de la guerra de España, ¿1942?, George Orwell


Nota: Este artículo de Orwell, se encuentra traducido al español en el volumen "Ensayos" y en el libro "Orwell en España" bajo el título de "Recordando la Guerra Civil Española", también con interrogantes "¿enero de 1942?". Ambas traducciones difieren ligeramente. Los extractos de esta entrada pertenecen al volumen "Ensayos". 

Una de las experiencias esenciales de la guerra es la imposibilidad absoluta de eludir los repugnantes olores de origen humano. Las letrinas son un tema recurrente en la literatura bélica, y no las mencionaría  si no fuera porque la letrina de nuestros barracones desempeñó un papel importante en el desvanecimiento de mis ilusiones sobre la Guerra Civil española. La letrina de tipo latino, en la que uno tiene que acuclillarse, es en el mejor de los casos bastante mala, pero aquellas estaban hechas de alguna clase de piedra pulida, tan resbaladiza que lo más que podía hacerse era intentar mantenerse en pie. Para colmo, siempre estaban atascadas. A estas alturas, guardo muchos otros recuerdos repugnantes en la memoria, pero creo que esas letrinas fueron lo primero que inspiró en mí una idea que después se volvería recurrente:

"Henos aquí, soldados de un ejército revolucionario, defendiendo la democracia contra el fascismo, peleando en una guerra con un objetivo claro, y los detalles de nuestras vidas son tan sórdidos y degradantes como podían serlo en una prisión, por no decir un ejército burgués."

La imagen de la guerra plasmada en libros como Sin novedad en el frente es sustancialmente verdadera. Las balas hieren, los cadáveres apestan y, bajo el fuego enemigo, los hombres a menudo se atemorizan hasta el punto de orinarse encima. Es verdad que la procedencia social de los miembros de un ejército tiñe de un color determinado su entrenamiento, sus tácticas e incluso su eficacia, y también que la conciencia de llevar la razón puede elevar la moral, aunque esto último vale más para la población civil que para las tropas. (La gente suele olvidar que, cerca del frente, un soldado está por lo común demasiado hambriento, asustado o muerto de frío, o sobre todo demasiado cansado, para preocuparse por las causas políticas de la guerra.) Pero las leyes de la naturaleza son las mismas para un ejército "rojo" que para uno "blanco". Un piojo es un piojo y una bomba es una bomba, incluso si uno pelea por una causa justa.

Por lo que respecta a las masas, los extraordinarios cambios de opinión que se producen a cada instante, las emociones que pueden avivar y sofocar como un fuego, son el resultado de la hipnosis a que las someten los periódicos y la radio. Los intelectuales, a mi juicio, dependen más bien del dinero y de la seguridad física. En función de las circunstancias, pueden estar a favor o en contra de la guerra, pero en ningún caso poseen una imagen realista de esta.

La verdad es muy simple: para sobrevivir, a menudo, debemos pelear, y para hacerlo hay que ensuciarse. La guerra es el mal, y en ocasiones es el mal menor. Aquellos que toman la espada perecen por la espada, y los que no, mueren de enfermedades apestosas. El hecho de que valga la pena escribir tales verdades de Perogrullo demuestra en qué nos han convertido todos estos años de capitalismo durante los cuales hemos vivido de rentas.

Tengo pocas pruebas de primera mano sobre las atrocidades de la Guerra Civil española. Sé que algunas las cometieron los republicanos, y muchas más (que continúan) los fascistas. Pero lo que me impresionó  entonces, y sigue haciéndolo ahora, es que se dé o no crédito a las atrocidades únicamente en función de las preferencias políticas. Todo el mundo se cree las atrocidades del enemigo y descree de las que  hayan cometido los de su propio bando, sin preocuparse siquiera por tener en cuenta las pruebas. Recientemente redacté una lista de atrocidades cometidas durante el periodo transcurrido entre 1918 y el presente; no ha habido un solo año en que no se haya cometido una atrocidad en un lugar u otro, y es difícil dar con un caso en que la derecha y la izquierda dieran crédito a la misma historia. Y lo que es más extraño; la situación puede invertirse de pronto y las atrocidades probadas "más allá de toda duda" pueden convertirse en mentiras ridículas, simplemente porque el horizonte político ha cambiado.

En la guerra actual nos encontramos ante la curiosa situación de que nuestra "campaña de difusión de atrocidades" tuvo lugar mucho tiempo antes de que la propia guerra empezara, y corrió a cargo de la izquierda, gente que normalmente se enorgullece de su incredulidad. En el mismo periodo, la derecha, los principales responsables de las atrocidades de 1914-1918, miraba hacia Alemania y simplemente se negaba a reconocer allí ninguna maldad. Luego, tan pronto como la guerra estalló, eran los pronazis del día anterior los que no paraban de repetir historias horribles, mientras los antinazis se descubrían a sí mismos dudando de si la Gestapo existía de veras.

La propaganda oficial de guerra, con su hipocresía repugnante y sus pretensiones de superioridad moral, tiende siempre a hacer que la gente que piensa simpatice con el enemigo. Parte del precio que pagamos por las mentiras sistemáticas del periodo que va de 1914 a 1918 fue la exagerada reacción progermana que vino a continuación.

La verdad -esa es la sensación general- deviene mentira si es tu enemigo quien la dice.

La lucha por el poder entre los distintos partidos republicanos españoles es un asunto triste y lejano que, a estas alturas, no tengo deseos de revivir. Si lo menciono, es solamente para lanzar una advertencia: no se crean nada, o casi nada, de lo que lean acerca de los asuntos internos en el bando del gobierno. Sin importar la fuente, no será más que mera propaganda partidaria, es decir, mentiras. La pura verdad sobre la guerra es más simple: la burguesía española vio la ocasión de aplastar al movimiento obrero y la aprovechó, con la ayuda de los nazis y de las fuerzas reaccionarias del mundo entero. Dudo que algo distinto pueda sacarse en claro jamás.

En mi juventud ya me di cuenta de que los periódicos jamás informan correctamente sobre evento alguno, pero en España, por primera vez, vi reportajes periodísticos que no guardaban la menor relación con los hechos, ni siquiera el tipo de relación con la realidad que se espera de las mentiras comunes y corrientes.

¿Cómo se escribirá la historia de la guerra de España? Si Franco continúa en el poder, serán sus acólitos los que escriban los libros de historia, y aquel inexistente ejército ruso se convertirá en un hecho histórico, y los niños de las generaciones venideras lo estudiarán en las escuelas. Pero supongamos que el fascismo es finalmente derrotado y que en un futuro próximo se restablece algún tipo de gobierno democrático en España. Aun en ese caso, ¿cómo se escribirá la historia de España? ¿Qué clase de documentos dejará Franco? Supongamos que los archivos del bando del gobierno pueden recuperarse; aun así, ¿cómo podrá escribirse la verdadera historia de la guerra?

A todos los efectos, y desde un punto de vista práctico, la mentira se habrá vuelto verdad.

Sé muy bien que hoy se estila decir que, en cualquier caso, tal como está escrita, la mayor parte de las historia es mentira. Estoy dispuesto a creer que la historia es en gran parte imprecisa y sesgada; lo peculiar de nuestra época, sin embargo, es el completo abandono de la idea de que es posible escribir la historia con veracidad. En el pasado se mentía deliberadamente, o se coloreaba inconscientemente lo escrito, o se hacían esfuerzos por hallar la verdad, a sabiendas de que se cometerían muchos errores. En cualquier caso, sin embargo, los historiadores creían en la existencia de los "hechos", y en que estos eran más o menos determinables. En la práctica, existía un corpus considerable de hechos en los que casi todos estaban de acuerdo. Si uno repasa, por ejemplo, la historia de la última guerra publicada por la Enciclopedia Británica, descubrirá que una cantidad considerable de material se ha tomado de fuentes alemanas. Sin duda, un historiador británico y uno alemán estarían en completo desacuerdo en muchos aspectos, incluso en asuntos fundamentales, pero aun en ese caso podían contar con ese corpus de, por así llamarlos, hechos neutrales acerca de los cuales ninguno se atrevería a recusar seriamente al otro. Es justamente esa base común, que implica que los seres humanos pertenecen a la misma especie animal, lo que el totalitarismo destruye.

Si sobre tal o cual acontecimiento el líder dictamina que "jamás tuvo lugar"... pues: no tuvo lugar jamás. Si dice que dos más dos son cinco, así tendrá que ser. Esta posibilidad me atemoriza mucho más que las bombas. Y conste que, tras nuestras experiencias de los últimos años, una declaración así no puede hacerse frívolamente.

Una particularidad de la conquista nazi de Francia fueron las pasmosas defecciones de miembros de la intelectualidad, incluidos algunos de izquierdas. Los intelectuales son quienes más alzan la voz contra el fascismo, pero una buena parte de ellos se abandonan al derrotismo en cuanto comienzan las dificultades.

El desenlace de la guerra de España se fraguó en Londres, París, Roma y Berlín; en ningún caso en España.

Los fascistas ganaron porque eran más fuertes; poseían armas modernas, y los otros no. Ninguna estrategia política podría haber contrarrestado algo así.

La clase dirigente británica, del modo más malvado, cobarde e hipócrita, hizo todo lo posible para entregar España, sin más, a Franco y los nazis. ¿Por qué? Porque eran profascistas; esa es la respuesta obvia. Aun así, aunque sin duda lo eran, a la hora de la verdad decidieron plantarle cara a Alemania.

Determinar si la clase dirigente británica es malévola o meramente estúpida es una de las cuestiones más complejas de nuestro tiempo, si bien en determinados momentos resulte de suma importancia.

Creo que en el futuro llegaremos al convencimiento de que la política exterior de Stalin, en vez de ser tan diabólicamente lúcida, como se presume, ha sido meramente oportunista y estúpida. En cualquier caso, sin embargo, la Guerra Civil española demostró que los nazis sabían lo que estaban haciendo y sus oponentes no. La guerra se libró a un nivel técnicamente muy bajo, y en general siguiendo una estrategia muy simple. El bando capaz de hacerse con armas estaba destinado a ganar. Los nazis y los italianos se las proporcionaron a sus amigos fascistas de España, mientras que las democracias occidentales y los rusos no hicieron lo mismo con aquellos que deberían haber sido sus amigos. Como resultado de todo ello, la República española sucumbió habiendo "ganado lo que a república alguna faltó".