- Según escribo estas líneas, seres humanos sumamente civilizados me sobrevuelan intentando matarme.
No sienten ninguna enemistad personal hacia mi, ni yo hacia ellos. Solo “cumplen su deber”, según se suele decir. La mayoría, no me cabe duda, son hombres bondadosos, respetuosos con las leyes, que nunca soñarían con cometer un asesinato en su vida privada. Por otra parte, si uno de ellos consigue hacerme pedazos gracias a una bomba bien lanzada, no dormirá peor. Está al servicio de su país, y su país tiene plenos poderes para absolverlo de todo mal.
No es posible evaluar el mundo moderno tal como es sin reconocer la fuerza abrumadora del patriotismo y la lealtad nacional. En determinadas circunstancias el patriotismo puede venirse abajo, y en ciertos niveles de la civilización ni siquiera existe, pero posee una fuerza innegable, al lado de la cual nada resiste la comparación. El cristianismo y el socialismo internacional son débiles como la paja al lado del patriotismo. Hitler y Mussolini ascendieron al poder en sus países sobre todo porque supieron apropiarse de esta realidad, y sus adversarios no.
- Hay cosas que podrían suceder en un país y que son impensables en otro. La purga llevada a cabo por Hitler en junio, por ejemplo, nunca podría haber sucedido en Inglaterra. Los ingleses son muy diferentes del resto de los pueblos occidentales. Hay una admisión tácita de esto en el desagrado que prácticamente todos los extranjeros sienten hacia nuestra forma de vida más idiosincrásica. Pocos europeos pueden soportar vivir en Inglaterra, y hasta los estadounidenses se sentían más a sus anchas en el continente.
- En cambio, basta con hablar con extranjeros, leer libros y periódicos extranjeros, y un vuelve a la misma idea. En efecto, hay algo distintivo y reconocible en la civilización inglesa. Se trata de una cultura tan peculiar como la española. Tiene algo que ver con los desayunos copiosos, los domingos tristones, las ciudades que humean, las carreteras serpenteantes, los campos verdes y los buzones de correos de color rojo. Tiene un sabor propio. Por si fuera poco, es algo continuo, algo que se propaga hacia el futuro y hacia el pasado, algo que persiste como si fuera en un ser vivo.
- Las características nacionales son fáciles de definir, y una vez definidas a menudo resultan meras banalidades, o bien se da el caso de que no guardan ninguna relación entre sí. Los españoles son crueles con los animales, los italianos no saben hacer nada si no es con un ruido ensordecedor, los chinos son adictos al juego. Es obvio que estos hechos no tienen en sí mismos ninguna importancia. No obstante, no hay nada que no obedezca a una causa, e incluso el hecho de que los ingleses tengan los dientes cariados bien puede decirnos algo acerca de la realidad de la vida en Inglaterra.
- La razón por la cual el antimilitarismo de los ingleses desagrada a los observadores extranjeros es que pasa por alto la existencia del Imperio británico. Parece hipocresía pura y dura. A fin de cuentas, los ingleses se han apropiado de la cuarta parte del planeta y han conservado sus colonias gracias a un enorme contingente naval. ¿Cómo se atreven a darse la vuelta, encogerse de hombros, decir que la guerra es perversa?
- Es muy cierto que los ingleses pecan de hipocresía en lo tocante a su imperio. En la clase obrera, esa hipocresía adquiere la forma de desconocimiento de que el Imperio existe.
- Décadas antes de que se tuviera noticia de Hitler, la palabra “prusiano” tenía en Inglaterra un sentido semejante al que hoy posee la palabra “nazi”.
- No se recurre al paso de oca porque la gente de la calle se reiría a mandíbula batiente. Más allá de un punto determinado, todo despliegue militar es posible solamente en los países donde el pueblo llano no ose reírse del ejército.
- Como todo, la amabilidad de la civilización inglesa se mezcla con las barbaridades y anacronismos. Nuestro código penal está tan desfasado como los mosquetes de la Torre de Londres. Ante las tropas de asalto del ejército nazi hay que colocar a esa figura típicamente inglesa que es el juez encargado de condenar a la horca al reo, un viejo abusan gotoso cuya mentalidad está arraigada en el siglo XIX cuando dicta sentencias brutales. En Inglaterra se sigue ahorcando a los delincuentes y se los sigue flagelando con el látigo de nueve colas. Ambos castigos son tan obscenos como crueles, aunque nunca ha habido una protesta genuinamente popular contra ellos. El pueblo los acepta (al igual que las instituciones penitenciarias de Dartmoor y de Borstal) tal como se acepta la climatología. Forman parte de “la ley” y se da por hecho que esta es inalterable.
- Aquí nos topamos con un importantísimo rasgo inglés: el respeto por el constitucionalismo y la legalidad, la creencia en “la ley” como si fuera algo que está por encima del Estado, por encima del individuo, algo que es cruel y estúpido, por supuesto, pero en todo caso incorruptible.
- Todo el mundo sabe que hay una ley para los ricos y otra para los pobres.
- El sistema electoral inglés es poco menos que un fraude manifiesto. Está manipulado de una docena de maneras distintas, a cuál más evidente, en beneficio de la clase acaudalada.
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- Durante dos años y medio vieron el lento estrangulamiento de sus camaradas en España sin acudir jamás en su ayuda, aunque fuera con una sola huelga.
- Entre la clase obrera el patriotismo profundo, aunque inconsciente. El corazón del obrero no da saltos de alegría cuando ve la bandera nacional. Sin embargo, la famosa “insularidad” y la “xenofobia” del inglés están mucho más arraigadas entre la clase obrera que entre la burguesía. En todos los países, los pobres están más apegados a la nación que los ricos, aunque la clase obrera inglesa sobresale cuando se trata de aborrecer toda costumbre extranjera. Incluso cuando se ven obligados a vivir durante años en otros países, se niegan a acostumbrarse a su comida y rara vez aprenden su lengua. Prácticamente cualquier inglés que tenga sus orígenes en la clase obrera considera afeminado pronunciar correctamente una palabra extranjera. Durante la guerra de 1914-1918, la clase obrera inglesa estuvo en contacto con extranjeros en un grado que hoy rara vez sería posible. El único resultado de semejante contacto fue que se trajeron de vuelta un profundo odio hacia todos los europeos salvo hacia los alemanes, cuya valentía fue objeto de su admiración. En cuatro años en territorio francés, ni siquiera adquirieron el gusto por beber vino. La insularidad de los ingleses, su negativa a tomarse en serio a los extranjeros, es una estupidez cuyo precio altísimo hay que pagar de vez en cuando, si bien desempeña su papel en la mística nacional inglesa. Y los intelectuales que han tratado de ponerle fin han hecho más daño que provecho. En el fondo, se trata del mismo atributo del carácter inglés que repele a los turistas y que mantiene a raya a todo invasor.
- Los únicos poetas a los que se lee ampliamente son Byron, a quien se admira por razones erróneas, y Oscar Wilde, que inspira compasión por haber sido víctima de la hipocresía inglesa.
- Un observador extranjero verá solamente la enorme desigualdad que hay en la distribución de la riqueza, el sistema electoral plagado de injusticias, el control que ejerce la clase dirigente sobre la prensa, la radio y la educación, y concluirá que la democracia no pasa de ser un mero eufemismo para designar la dictadura. Pero de ese modo pasa por alto el considerable grado de acuerdo que, por desgracia, existe entre los dirigentes y los dirigidos. Por mucho que le disguste a uno reconocerlo, es casi seguro que entre 1931 y 1940 el gobierno nacional representó la voluntad de la masa popular. Toleró la existencia de los arrabales malsanos y del desempleo, y propugnó una política exterior caracterizada por la cobardía. En efecto, pero también lo hizo la opinión pública.
- A pesar de las campañas de unos cuantos millares de izquierdistas, es bastante cierto que la mayoría de la población inglesa respaldó la política exterior de Chamberlain. Es más: es bastante cierto que en el ánimo de Chamberlain se dirimía la misma pugna que en el ánimo del pueblo llano. Sus adversarios aseguraban haber visto en él a un intrigante siniestro y artero, que tramaba la venta de Inglaterra a Hitler. Es mucho más probable que se tratara tan solo de un viejo estúpido que hizo todo cuando pudo, al menos según sus muy limitadas luces. De lo contrario, es difícil explicar las numerosas contradicciones de su política, su fracaso a la hora de entender los diversos rumbos posibles y abiertos ante él. Al igual que la masa popular, no deseaba pagar el precio ni de la paz ni de la guerra. Y la opinión pública estuvo con él en todo momento, incluso en medidas políticas que eran totalmente incompatibles entre sí. Estuvo de su parte cuando viajó a Munich, cuando trató de llegar a un acuerdo con Rusia, cuando dio garantías a Polonia, cuando cumplió la promesa, cuando emprendió la guerra sin ningún convencimiento. Solo cuando los resultados de su política fueron evidentes, la opinión pública se volvió contra él. Es decir, se revolvió contra su propio letargo, en el que había permanecido durante siete años. En consecuencia, el pueblo escogió a un dirigente más próximo a su estado de ánimo, Churchill, que en cualquier caso fue capaz de entender que las guerras no se ganan sin plantar cara y combatir. Más adelante, tal vez, elijan a otro dirigente capaz de entender que solo las naciones socialistas pueden luchar con eficacia.
- En Inglaterra, la vida pública nunca ha sido abiertamente escandalosa. No ha llegado a ese grado de desintegración máxima a partir del cual todo es posible.
- Una familia cuyo mando está en manos de quienes no deberían tenerlo; tal vez esa sea la frase que mejor describe Inglaterra.
- La política exterior de Gran Bretaña entre 1931 y 1939 constituyó una de las maravillas más inconcebibles de este mundo. ¿Por qué? ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué en cada momento decisivo cualquier estadista británico cometía un craso error llevado por un instinto infalible?
- Antes de la guerra de los bóers se prepararon para la guerra anglo-zulú; antes de 1914, para la guerra de los bóers, y antes de la guerra que ahora tiene lugar, para la de 1914. En estos momentos, cientos de miles de hombres son adiestrados en Inglaterra en el uso de la bayoneta, un arma absolutamente inservible si no es para abrir latas de conservas. Vale la pena señalar que en la armada y, recientemente, en las fuerzas aéreas, la eficacia ha sido bastante mayor que en el ejército regular de tierra. Pero es que la armada solo está de manera muy parcial dentro de la órbita de las clases dirigentes, y las fuerzas aéreas no lo están en absoluto.
- A lo largo y ancho de su vasto territorio, prácticamente la cuarta parte de la Tierra, había menos hombres armados que los que necesitaría un Estado balcánico.
- No les iba a ser posible plantar cara al nazismo o al fascismo, porque no estaba en su mano entenderlos.
- Para comprender el fascismo habrían tenido que estudiar la teoría del socialismo, lo cual les hubiera llevado a comprender que el sistema económico gracias al cual vivían como vivían era injusto, ineficaz y anticuado.
- Tras años de agresiones y matanzas, habían entendido una sola cosa: que Hitler y Mussolini eran hostiles al comunismo.
- El policía que procede a la detención de un “rojo” no entiende las teorías que este predica. Si lo hiciera, su posición de guardaespaldas de la clase adinerada le resultaría menos plácida.
- Es una verdad incontestable que cualquier rico, a menos que se trate de un judío, tiene menos que temer del fascismo que del comunismo o del socialismo democrático. Esto es algo que conviene no olvidar, pues prácticamente la totalidad de la propaganda alemana e italiana está ideada de manera que lo disimule.
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- Convendría señalar que no existe a día de hoy ninguna intelectualidad que, de un modo u otro, no sea “de izquierdas”. Es posible que el último intelectual de derechas fuese T.E. Lawrence. Más o menos a partir de 1930, cualquier persona susceptible de ser tachada de “intelectual”, ha vivido en un estado de descontento crónico con el orden existente.
- La mentalidad de la intelectualidad inglesa de izquierdas se puede estudiar en media docena de semanarios y revistas mensuales. Lo que sorprende de inmediato en estas publicaciones es la actitud en general negativa, quejumbrosa, la completa falta de sugerencias constructivas, que no se dan en ningún momento. Contienen poco más que las críticas irresponsables de quienes nunca han ocupado, ni esperan ocupar nunca, un puesto de poder. Otro rasgo muy acusado es la superficialidad emocional de unas personas que viven en un mundo hecho puramente de ideas y que tienen escaso contacto con la realidad física de las cosas.
- La intelectualidad inglesa está europeizada. De París toman las recetas de cocina; de Moscú, las opiniones.
- Inglaterra tal vez sea el único gran país cuyos intelectuales se avergüenzan de su propia nacionalidad.
- En los círculos izquierdistas siempre se tiene la sensación de que ser inglés es una leve deshonra y de que es un deber mofarse de cualquiera de las instituciones británicas, desde las carreras de caballos a los pudines de sebo.
- Es evidente que la especial postura de los intelectuales ingleses a lo largo de los últimos diez años como seres puramente negativos, meramente antirreaccionarios, fue un efecto colateral de la estupidez de la clase dirigente. La sociedad no tenía función que atribuir a los intelectuales, quienes tampoco supieron comprender que la devoción por el país comporta estar a las duras y a las maduras, en la salud y en la enfermedad. Tanto los reaccionarios como los intelectuales dieron por sentado, como si fuera una ley de la naturaleza, el divorcio entre el patriotismo y la inteligencia.
- La tendencia del capitalismo avanzado consiste en ampliar la clase media, no en hacerla desaparecer, tal como en su día parecía más que probable.
- La clase obrera británica se encuentra hoy mejor, en todos los sentidos, que hace treinta años. En parte, esto se debe a los esfuerzos de los sindicatos, pero en parte es producto del avance de las ciencias.
- Por injusta que sea la organización de la sociedad, determinados progresos técnicos beneficiarán por fuerza a toda la comunidad porque hay un determinado tipo de bienes que necesariamente se tienen en común.
- Prácticamente todos los ciudadanos de los países civilizados disfrutan hoy de buenas carreteras, de agua corriente sin gérmenes, de protección policial, de bibliotecas gratuitas y, probablemente, de educación hasta cierto punto gratuita.
- Cada vez en mayor medida, los ricos y los pobres leen los mismos libros, ven las mismas películas, escuchan los mismos programas radiofónicos. Y las diferencias existentes en su forma de vida se han reducido gracias a la producción en masa de ropa barata y a las mejoras de la vivienda.
- Las modernas viviendas de protección oficial, con su cuarto de baño y su suministro eléctrico , son más pequeñas que la casa donde vive el agente de cambio y bolsa, pero siguen siendo a todas luces el mismo tipo de vivienda, al contrario que la granja del campesino.
- El efecto de todo esto ha sido una suavización generalizada de las costumbres, algo realzado por el hecho de que los modernos métodos industriales tienden siempre a existir un menor esfuerzo físico y, por tanto, permiten que todo el mundo disponga de una cierta reserva de energía al terminar su jornada laboral. Muchos obreros de las industrias ligeras trabajan de manera menos manual que un médico o un tendero. En cuanto los gustos, los hábitos, los modales y la apariencia, la clase obrera y la clase media son cada vez más semejantes. Siguen en pie distinciones injustas, pero las verdaderas diferencias disminuyen. El “proletario” a la antigua usanza -sin cuello de la camisa, sin afeitar, con los músculos tensos por el arduo trabajo- siguen existiendo, pero en número cada vez menor. Solo predomina en las regiones de la industria pesada, en el norte de Inglaterra.
- Esta guerra, a menos que salgamos derrotados de ella, borrará del todo la mayoría de los privilegios de clase que todavía existen.
- Inglaterra seguirá siendo Inglaterra, un animal eterno que se estira hacia el futuro y hacia el pasado y que, como todos los seres vivos, tendrá el poder de cambiar hasta se irreconocible si bien seguirá siendo igual.
Segunda parte: Tenderos en guerra
I
- La conquista de Europa por parte de Hitler, no obstante, sí que fue una desacreditación, una demolición física del capitalismo. A pesar de todos sus males, la guerra es en cualquier caso una incontestable prueba de fuerza, como una de esas máquinas de feria en las que los forzudos demuestran su valía. A quien haga una gran demostración de fuerza, se le devuelve el penique insertado en la ranura. Y no hay manera de falsear el resultado.
- El socialismo suele definirse como “la propiedad común de los medios de producción”. Dicho con mayor crudeza: el Estado, que representa a toda la nación, es el dueño de todo, y todos los ciudadanos son empleados del Estado. No quiere esto decir que a las personas se las despoje de sus pertenencias, tales como la ropa y los muebles, aunque sí quiere decir que todos los bienes de producción, como la tierra cultivable, las minas, los barcos y las máquinas, son propiedad del Estado. El Estado es el único productor a gran escala. No es cierto que el socialismo sea en todos los sentidos superior al capitalismo, pero sí es verdad que, al contrario que el capitalismo, puede resolver los problemas derivados de la producción y el consumo. En épocas normales, una economía capitalista nunca podrá consumir todo cuando produce, de modo que siempre hay un remanente que se echa a perder (el trigo que se quema en hornos, los arenques que son devueltos al mar, etcétera) y siempre hay desempleo, en mayor o menor grado. En cambio, en tiempos de guerra, tiene ciertas dificultades para producir todo cuanto se necesita, porque no se produce nada que no le sirva a alguien para extraer un beneficio.
- En una economía socialista, estos problemas no se dan. El Estado sencillamente calcula qué bienes serán necesarios y hace cuanto está en su mano para asegurarse de que se produzcan. La producción solo está limitada por la cantidad de mano de obra y de materia primas disponibles. El dinero, en lo tocante a su utilidad para la nación, deja de ser algo misterioso y todopoderoso, y pasa a ser una suerte de cupón o de cartilla de racionamiento, emitida en cantidades suficientes para que sea posible comprar los bienes de consumo que en tal o cual momento estén disponibles.
- El fascismo, al menos en su modalidad alemana, es una forma de capitalismo que toma prestados del socialismo los rasgos que lo volverán eficaz al máximo de cara a una guerra. En el plano interno, Alemania tiene mucho en común con un Estado socialista. La propiedad privada nunca ha sido abolida, sigue habiendo capitalistas y trabajadores, y -este es el punto realmente importante, la verdadera razón por la cual todos los ricos del mundo tienen a mostrar su simpatía por el fascismo- en términos generales esos dos grupos sociales son los mismos antes de la revolución nazi.
- A partir de 1934 se supo que Alemania había procedido a rearmarse. A partir de 1936, todo el que tuviera ojos en la cara sabía que se avecinaba la guerra.
II
- Inglaterra es una familia a cuyo mando están quienes no deberían estarlo.
- La clase dirigente británica lucha contra Hitler, al que siempre había tenido, y algunos todavía tienen, como su protector frente al bolchevismo.
- Hasta que le gobierno de Churchill detuvo de alguna manera el proceso, la clase dirigente británica había incurrido en errores sucesivos de manera tan instintiva como infalible. Así ha sido desde 1931. Ayudó a Franco a derrocar al gobierno español, aunque todo el no fuera un simple idiota les podría haber dicho que una España fascista sería hostil a Inglaterra.
- ¿Cómo vamos a echar a los italianos de Abisinia sin suscitar la indignación de las poblaciones de color de nuestro propio imperio? ¿Cómo vamos a aplastar a Hitler sin correr el riesgo de que los socialistas y comunistas alemanes se hagan con el poder? Los izquierdistas que se quejan de que “esta es una guerra capitalista” y de que “el imperialismo británico” lucha solo para hacerse con el botín de guerra, tienen la cabeza atornillada del revés del cuello, de manera que miran para atrás. Lo último que desea la clase adinerada británica es la adquisición de nuevos territorios. Sería demasiado vergonzoso. Su objetivo de guerra, tanto inalcanzable como inconfesable, no es otro que seguir disfrutando de lo que tienen.
- Casi con toda certeza, la principal razón de que la República española pudiera seguir luchando durante dos años y medio frente a un enemigo inmensamente más poderoso fue que no hubiera en su seno contrastes de riqueza muy marcados.
III
- De vez en cuando se encarcela a algún que otro lunático por hacer un discurso a favor de Hitler. Se ha internado en campos a un gran número de refugiados alemanes, hecho que casi con toda seguridad nos ha causado grandes perjuicios en Europa. Es evidente, por supuesto, que la idea de que exista un ejército amplio y organizado de quinatcolumnistas, dispuesto a presentarse en las calles con las armas en la mano, como en Bélgica y Holanda, es una absoluta ridiculez.
- El tono amenazador de gran parte de la propaganda alemana e italiana es un error psicológico. Solo da en el blanco cuando se trata de los intelectuales. Con el público en general, el enfoque adecuado sería este: “Dejémoslo en empate, ¿de acuerdo?”. Cuando se haga una oferta de paz en esos términos, los profascistas levantarán la voz.
- La idea de una victoria de Hitler atrae a los muy ricos, a los comunistas, a los seguidores de Mosley, a los pacifistas y a ciertos sectores de los católicos.
- Algunos de los pacificas más radicales, tras empezar renunciando por completo a la violencia, han terminado por defender acaloradamente a Hitler, e incluso no le han hecho ascos al antisemitismo.
- El verdadero peligro procede de arriba. No conviene prestar la menor atención a las recientes palabras de Hitler al efecto de amistarse con los pobres, a su afirmación de que es enemigo de la plutocracia, etcétera. El verdadero rostro de Hitler es Meir Kampf. Su yo está en sus actos. Nunca ha perseguido a los ricos, salvo cuando eran judíos o cuando trataron de oponerse activamente a sus intenciones. Defiende una economía centralizada que despoja al capitalista de casi todo su poder, aunque deja intacta la estructura de la sociedad. El Estado controla la industria, pero sigue habiendo pobres y ricos, lacayos y amos. Por tanto, al igual que contra el socialismo genuino, la clase adinerada siempre ha estado de su parte. Esto está más claro que el agua, como ya se vio en la Guerra Civil española y como se volvió a comprobar cuando se produjo la rendición de Francia.
- La rolliza dama del Roll-Royce es más perjudicial para la moral que una flotilla de bombarderos a las órdenes de Goering.
Tercera parte: La revolución inglesa
- La guerra y la revolución son inseparables. No podemos establecer nada que una nación occidental considera socialismo sin derrocar a Hitler; por otra parte, no podemos derrotar a Hitler mientras sigamos enclavados social y económicamente en el siglo XIX. El pasado lucha contra el futuro. Disponemos de uno o dos años, tal vez solo de unos meses, para lograr que el futuro triunfe.
- No podemos dejar en manos de este gobierno, ni de ninguno similar, la iniciativa para llevar a cabo los cambios necesarios. Dicha iniciativa tendrá que venir de abajo, y eso significa que habrá que surgir algo que nunca ha existido en Inglaterra, un movimiento socialista que de veras cuente con el apoyo de la masa popular.
- La historia de los últimos siete años ha dejado clarísimo que el comunismo no tiene la menor posibilidad de éxito en Europa occidental. El atractivo del fascismo es infinitamente mayor.
- En Inglaterra tampoco creció ningún movimiento fascista fuerte. Las condiciones materiales no eran del todo malas, pero ningún líder al que se pudiera tomar en serio hizo acto de presencia. Habría sido preciso buscar mucho para encontrar a un hombre más falto de ideas que sir Oswald Mosley. Era más hueco que un tarro. Se le había escapado incluso el hecho de que el fascismo no debe ser una ofensa para el sentimiento nacional. Todo su movimiento era una burda imitación de los existentes en el extranjero: el uniforme y el programa del partido tomados de Italia, el saludo calcado de Alemania, y el acoso a los judíos adoptado casi a destiempo, pues Mosley de hecho comenzó su movimiento político contando con algunos judíos entre sus seguidores más destacados. Un hombre con el temple de Bottomley o de Lloyd George tal vez hubiera sido capaz de dar existencia a un genuino movimiento fascista británico, pero tales líderes solo aparecen cuando existe la necesidad psicológica de que lo hagan.
- Solo los intelectuales, el sector menos provechoso de la clase media, gravitan hacia ese movimiento.
- La intelectualidad de izquierdas deseaba seguir como si tal cosa, mofándose de los reaccionarios y minando la moral de la clase media, pero manteniendo a la vez sus puestos de favor en calidad de parásitos de las cajas registradoras donde se generaban dividendos.
- Ser socialista ya no significa dar patadas teóricas contra un sistema con el que en la práctica uno está plenamente satisfecho.
- No podemos ganar la guerra sin introducir el socialismo, ni podemos tampoco establecer el socialismo sin ganar la guerra. En estos momentos es posible, como no lo fue en los años de paz, ser a la vez revolucionario y realista. Un movimiento socialista capaz de poner en movimiento a la masa popular, de echar a los profascistas de los puestos de poder, de erradicar las injusticias más flagrantes, de permitir que la clase obrera entienda que tiene algo por lo que debe luchar, y de ganarse el respaldo de la clase media en vez de insistir en el antagonismo, amén de elaborar una política imperial viable en vez de un batiburrillo de patrañas y utopías, y de coligar la inteligencia con el patriotismo, por vez primera un movimiento de tales características es posible.
- Un movimiento socialista inteligente utilizará su patriotismo en vez de limitarse a insultarlo, como ha hecho hasta la fecha.
- En un momento u otro quizá sea necesario recurrir a la violencia. Es fácil imaginar que estalle una rebelión profascista, por ejemplo, en la India.
- Esta guerra es una carrera entre la consolidación del imperio de Hitler y el crecimiento de la conciencia democrática.
- Propongo el siguiente programa, compuesto por seis puntos, por parecerme que algo así es lo que necesitamos. Los tres primeros se refieren a la política interior de Inglaterra y los otros tres, al imperio y al mundo en general.
1. Nacionalización de la tierra, las minas, los ferrocarriles, los bancos y las industrias principales.
2. Limitación de los ingresos, de tal modo que el más elevado y libre de impuestos no exceda al más bajo en una proporción superior a diez a uno.
3. Reforma del sistema educativo según planteamientos democráticos.
4. Concesión inmediata del estatus de Dominio a la India, con la potestad de escindirse del imperio cuando termine la guerra.
5. Formación de un Consejo General del Imperio en el que estén representados los pueblos de color.
6. Declaración de una alianza formal con China, Abisinia y el resto de las víctimas de las potencias fascistas.
- A partir del momento en que todos los bienes de producción se hayan declarado propiedad del Estado, el pueblo llano tendrá la sensación clara, ahora mismo imposible, de que el Estado es el propio pueblo. Los ciudadanos estarán dispuestos a soportar los sacrificios que nos esperan, tanto con la guerra como sin ella. Y aun cuando el rostro visible de Inglaterra apenas parezca cambiar, el día en que nuestras industrias principales estén formalmente nacionalizadas se habrá quebrantado del todo el dominio de una clase única. A partir de entonces, y en lo sucesivo, dejará de hacerse hincapié en la propiedad y se hará, en cambio, en la administración; habremos pasado del privilegio a la competencia. Es muy probable que la propiedad estatal traiga consigo menos cambios sociales que los que nos serán impuestos por las penalidades usuales de la guerra, pero es el primer paso necesario, sin el cual toda reconstrucción verdadera es imposible.
- Educación
En tiempos de guerra, la reforma educativa por fuerza ha de ser más una promesa que una realidad. Por el momento, no estamos en condiciones de elevar la edad a la que los niños dejan de asistir a la escuela, ni tampoco de incrementar el personal de la enseñanza en las escuelas primarias. Sin embargo, hay algunos pasos inmediatos que sí podrían darse de cara a un sistema educativo democrático. Podríamos empezar por abolir la autonomía de los colegios privados y de las universidades más antiguas, e inundarlos de alumnos que cuenten con una ayuda del Estado, escogidos simplemente según su probada capacidad. En la actualidad, la educación que se da en los colegios privados es en parte un adiestramiento a fondo en los prejuicios de clase y, en parte, una suerte de impuesto que la clase media paga a la clase alta a cambio del derecho a ingresar en ciertas profesiones. Es verdad que la situación está cambiando. La clase media ha comenzado a rebelarse contra el elevado coste de la enseñanza, y la guerra, si se prolonga otro año, u otros dos, dejará en la bancarrota a la mayoría de los colegios privados. La evacuación también está dando pie a transformaciones de menor entidad. Pero existe el peligro de que algunos de los colegios de mayor antigüedad, que podrán capear más tiempo la tormenta financiera, sobrevivan en forma de centros emponzoñados de esnobismo a ultranza. En cuanto a los diez mil colegios de pago que posee Inglaterra, la inmensa mayoría no se merecen otra cosa que desaparecer.
- Debemos decirles a los habitantes de la India que son libres para escindirse si así lo desean. Sin eso, no puede haber igualdad en la sociedad común, y la afirmación de que defendemos a los pueblos de color frente al fascismo nunca será creíble.
- Una ruptura completa entre ambos países sería un desastre tanto para la India como para Inglaterra. Los indios inteligentes lo saben. Tal como están ahora las cosas, la India no solo no puede defenderse, sino que es incluso a duras penas capaz de alimentarse. Toda la administración del país depende de una red de expertos (ingenieros, gestores forestales, ferroviarios, soldados, médicos) que son en su mayor parte ingleses, y que no podrían ser reemplazados por otros en cinco o, tal vez, ni siquiera diez años. Además, el inglés es la principal lingua franca, y casi la totalidad de la intelectualidad india está hondamente incluida por la cultura británica. Cualquier transferencia a otra potencia extranjera -y es que, si los británicos abandonaran la India, los japoneses y otras potencias se apoderarían de inmediato de ella- entrañaría una inmensa dislocación. Ni los japoneses, ni los rusos, ni los alemanes ni los italianos serían capaces de administrar la India ni siquiera con el bajísimo nivel de eficacia alcanzado por los británicos. No poseen la cantidad suficiente de expertos ni el conocimiento de las lenguas locales, de las condiciones de la zona, y probablemente no se granjearían la confianza de los intermediarios indispensables, como son los eurasiáticos. Si la India sencillamente se “liberase”, esto es, si se viera privada de la protección militar británica, el primer resultado sería una conquista inmediata por parte de algún país extranjero; el segundo, una serie de hambrunas pavorosas que acabarían con la vida de millones de personas en pocos años.
- Durante ochenta años, al menos, Inglaterra ha impedido de manera artificial el desarrollo de la India, en parte por miedo a la competencia comercial si las industrias indias hubieran alcanzado un alto grado de desarrollo y, en parte, porque un pueblo atrasado es más fácil de gobernar que un pueblo civilizado.
- El marxismo, que era una teoría alemana interpretada por los rusos y trasplantada sin éxito a Inglaterra. No había en ello nada que de veras conmoviera el corazón del pueblo inglés. A lo largo de toda su historia, el movimiento socialista inglés no ha dado pie a un cántico de melodía pegadiza, nada parecido a “La marsellesa” o a “La cucaracha”, por ejemplo. Cuando aparezca un movimiento socialista autóctono de Inglaterra, los marxistas, al igual que todo el que tiene intereses creados en el pasado, serán sus más enconados enemigos. Inevitablemente lo denunciarían por “fascista”. Ya es costumbre entre los intelectuales más blandos de la izquierda afirmar que si luchamos contra los nazis deberíamos “volvernos nazis”. Por la misma regla de tres, igual podrían decir que si luchamos contra los negros deberíamos volvernos negros. Para “volvernos nazis” deberíamos tener detrás la historia de Alemania. Las naciones no escapan a su pasado mediante una mera revolución. Un gobierno socialista inglés transformará la nación de arriba abajo, pero esta, pese a todo, conservará por doquier las huellas inconfundibles de nuestra civilización.
- No será doctrinario. Ni siquiera será lógico. Abolirá la Cámara de los Lores, pero muy probablemente no derogará la monarquía.
- Fusilará a los traidores…. aplastará con prontitud y crueldad toda intentona de revuelta, pero apenas interferirá en las palabra escrita y en la expresión oral de la ciudadanía.
- Desestabilizará a la Iglesia, pero no perseguirá la religión. Conservará un vago respeto por el código moral cristiano, y de vez en cuando hará referencia a Inglaterra como “país cristiano”.
- Aun así, habrá hecho lo esencial. Habrá nacionalizado la industria, habrá reducido el nivel de ingresos de los inversores, habrá grado un sistema educativo ajeno a las clases sociales. Su verdadera naturaleza quedará de manifiesto en el odio que le profesen los ricos del mundo que sobrevivan. Aspirará no a la desintegración del imperio, sino a su conversión en una federación de estados socialistas.
- El patriotismo no tiene nada que ver con el conservadurismo. En realidad es todo lo contrario, ya que se trata de una devoción a algo que siempre está cambiando, y que sin embargo se percibe místicamente como algo idéntico a sí mismo. Es el puente entre el futuro y el pasado. Ningún revolucionario de verdad ha sido jamás un internacionalista.
- Por poco que nos pueda gustar, la dureza es el precio de la supervivencia. Una nación educada en el pensamiento hedonista no puede sobrevivir entre pueblos que trabajan como esclavos y se reproducen como conejos, pueblos cuya principal industria nacional no es otra que la guerra.
- Nuestros aliados potenciales, no son los europeos, sino, por una parte, los estadounidenses, que aún necesitarán un año al menos para movilizar sus recursos.
- Mientras exista la democracia, incluso en la muy imperfecta forma que ha adoptado en Inglaterra, el totalitarismo corre un peligro mortal. Todo el mundo de habla inglesa está obsesionado con la idea de la igualdad entre los seres humanos, y aunque sería una mentira inexcusable afirmar que nosotros o los estadounidenses alguna vez hayamos actuado a la altura de las creencias que profesamos, la idea sigue estando ahí, y sigue siendo capaz de convertirse un buen día en realidad. De la cultura de lengua inglesa, si no perece antes, brotará una sociedad de seres humanos libres e iguales. Pero es precisamente la idea de la igualdad entre los hombres -la idea de igualdad “judia” o “judeocristiana”- la que Hitler se ha propuesto destruir a toda costa. Lo ha dicho en multitud de ocasiones, eso lo sabe cualquiera. La idea de un mundo en el que los negros valgan lo mismo que los blancos y en el que los judíos sean tratados como los seres humanos que son, le produce el mismo horror, la misma desesperación, que a nosotros nos inspira la idea de una esclavitud sin fin.
- Hitler dijo una vez que aceptar la derrota destruye el alma de una nación. Suena a demagogia, pero estrictamente es verdad.
- El pueblo español fue derrotado, pero todo lo que aprendió durante aquellos dos años y medio memorables se volverá un buen día contra los fascistas españoles como un bumerán.
- Yo creo en Inglaterra, y creo que avanzaremos.